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Sonia J. Morán


Mi nombre es Sonia Jaquelina Morán, soy de General Alvear, lugar donde nací y vivo hasta hoy.

Son muchas las gracias recibidas del seminario Santa María Madre de Dios a través de los sacerdotes formados en él. El primer recuerdo es cuando estando en el colegio secundario fuimos invitados a un encuentro juvenil con los “sacerdotes nuevos”, ya que la Congregación del Verbo Divino dejaba de ejercer su ministerio en la zona por falta de vocaciones. Eran muchos sacerdotes y con sotana... eso nos causó gran admiración porque no estábamos acostumbrados a ese hábito. Poco después ingresé en la Acción Católica, nuestros jóvenes corazones se inflamaban con la consigna: Christus vincit, Christus regnat, Christus imperat!

Nuevamente digo: ¡Cuántas gracias! Los sacerdotes diocesanos nos enseñaron a valorar la recepción frecuente de los sacramentos, la Santa Misa, la adoración eucarística, los retiros ignacianos; nos dieron ejemplo de amor a Jesús, de la tierna y verdadera devoción a María, nos entusiasmaron a través de la catequesis, buenos libros, viajes, campamentos, obras de teatro y diversas actividades parroquiales y misioneras.

Los sacerdotes, como padres espirituales, nos acompañaron en la alegría de la fe, y también en los momentos dolorosos que, sin duda, en la vida de un cristiano siempre están.

Por eso, simplemente GRACIAS a: Mons. León Kruk a quién tuve la gracia de conocer y de cuyas manos recibí el sacramento de la confirmación , P. Reinaldo Viveros, P. Rubén Schifelbein, P. Álvaro Ezcurra, P Héctor Albarracín, P. Miguel Ángel Heit, P. Carlos Spahn, P. Juan Carlos Chiarinoti, P. Marcelo Villegas, P. Luis Costaguta, P. Guillermo Lemos, P. Hernán Greca, P. Hernán Sánchez, P. Nicolás Ortiz, P. Eduardo Gonzalez, P. Fernando Muñoz, P. Carlos Peteira, P. David Spiacchale, P. Horacio Valdivia, P. Sebastián Ovejero, P. Cristian Jurado, P. Ramón Sasso, P. Fabián Pezzo, P. David Olivares, P. Elio Rosales, P. José Andujar, P. Gregorio Ansaldi. A todos me liga una deuda de gratitud.

Al momento de escribir este testimonio, ya no albergo en el corazón la esperanza de que no se cierre el Seminario, sino el dolor por su martirio incruento. Nadie podrá borrar las huellas que dejó en cada uno de nosotros como guardia de la Eucaristía y molde de la Iglesia fiel.

Sonia J. Morán


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