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Breve historia

del Seminario

Por Fabiola Martín de Perez

“Cuando me hice cargo de la diócesis recordaba constantemente lo que a uno le dicen al ser nombrado Obispo. Me refiero concretamente al tema de la formación de los sacerdotes como tarea primordial del Obispo. Como decía Pablo VI: si un obispo empleara su episcopado nada más que para atender a este tema, el tiempo estaría bien empleado, pues los sacerdotes son los que multiplican la acción del Obispo”.

Monseñor Leon Kruk

 

Aún a riesgo de un texto demasiado extenso, tengo que comenzar con un poco de historia para entender la actualidad…

Fue el Concilio de Trento quien dio universalidad y obligatoriedad a la formación de los futuros sacerdotes, encargando esta misión a “todas las catedrales metropolitanas e iglesias mayores…”. A los aspirantes al sacerdocio se les exige la recta intención, el ejemplo de vida, la formación doctrinal y la castidad perfectas. [1]

Nuestra diócesis se crea el 10 de abril de 1961 mediante la Bula Oficial de la Santa Sede, durante el papado de Juan XXIII. En el trascurso de 10 años la diócesis estuvo a cargo de 3 Obispos y un Administrador Apostólico debido a la sede vacante: Monseñor Raúl Francisco Primatesta, Monseñor Jorge Carreras, Monseñor Oscar Felix Villena y Monseñor Olimpo Maresma (Administrador Apostólico mientras la sede estuvo vacante).

La historia de nuestro Seminario comienza con Monseñor Leon Kruk, 4to Obispo de nuestra diócesis. Consagrado Obispo el 17 de marzo de 1973, toma posesión de ella el día 8 de abril de 1973, por designación del Papa Pablo VI.

La diócesis comprende los departamentos de San Rafael, Malargüe y General Alvear.  Un territorio de 87.286 km.  Apenas al inicio de su actividad pastoral se evidencia la necesidad de contar con un seminario diocesano donde formar sus propios pastores. Para las 250.000 almas encomendadas a su ministerio solo había nueve sacerdotes diocesanos y diez sacerdotes religiosos. Seminaristas había solo seis que se formaban en seminarios de otras diócesis.

Comienza así el peregrinar de nuestro Obispo pidiendo sacerdotes a otras diócesis. Pero, como nos los advierte Nuestro Señor: “la mies es mucha y pocos los obreros"[2], cada prelado cuida su propio rebaño y los sacerdotes en nuestra ciudad siguen escaseando.

Después de muchas oraciones y penitencias (quienes conocieron a Monseñor testifican sus noches durmiendo en el piso y oraciones en la madrugada pidiendo a Dios la gracia de su propio seminario) éste fue fundado el día 24 de marzo de 1984.

Monseñor decía: “Es necesario conocer bien la partitura del Concilio Vaticano II para no desentonar en el coro de la Iglesia, o desafinar, si sólo se hace de ´oído’. No minimicemos; pero tampoco magnifiquemos. Tengamos el valor y la audacia de vivir en la Verdad”. Así, de esta manera y bajo el sonar de esa música, nacía y crecía esta casa de estudios.

Inicia sus actividades en un antiguo caserón de la calle Tirasso 2807 que tiempo atrás se le había donado al Obispado para tal fin. Comienza siendo rector del mismo el propio Obispo diocesano ayudado por los padres Alberto Ezcurra y Carlos Biestro. Sus comienzos fueron bendecidos con numerosas vocaciones: 29 seminaristas en 1er año de filosofía, 4 en 2do y en Teología 2 seminaristas en 2do año y 1 en el último. Luego de las vacaciones de julio se agregan al grupo 3 diáconos provenientes de San Luis. También se agrega al staff permanente de profesores el Padre Carlos Nadal y en setiembre del mismo año el Padre Ramiro Saenz.

Es digno de destacar las estrecheces e incomodidades del caserón donde funciona el seminario, la pobreza los asemeja a Cristo. En el lugar se albergaban 45 personas y solo contaban con cuatro dormitorios comunes para los seminaristas y seis baños. El antiguo comedor funcionaba en el sótano del edificio y contaba además con un aula precaria. Estas condiciones edilicias no fueron obstáculo para la convivencia alegre y fraterna; quienes conocieron a estos primeros seminaristas y sacerdotes cuentan varias y variadas anécdotas donde queda resaltada la virtud de la eutrapelia. Baste como ejemplo el equipo de fútbol formado por ellos que llegó a competir en Primera División de la Liga Sanrafaelina, atrayendo la simpatía del resto de los equipos. El asado y la “guitarreada” era el cierre de la mayoría de los partidos.

Durante los días hábiles de la semana la vida en el seminario está “enmarcada” por momentos eucarísticos: en la mañana se comienza con la Santa Misa y en la noche se culmina con una hora de Adoración al Santísimo Sacramento, centro y eje de la vida sacerdotal. Por la mañana se dictan las clases y el resto del día se divide entre el trabajo manual, deporte, horas de estudio, rezo del Oficio Divino y Santo Rosario. También hay momentos libres para el ocio. 

Los fines de semana la urgencia pastoral determina que los seminaristas se distribuyan por distintos lugares de la diócesis para el trabajo apostólico. De este modo ellos se van formando en las tareas pastorales y prestan valiosa ayuda a los sacerdotes de cada parroquia. La gran cantidad de vocaciones (nunca demasiadas) de estos primeros años permitió a cada parroquia contar con varios seminaristas cada sábado ayudando en más de un quehacer apostólico. El “paisaje sanrafaelino” cambiaba los días sábados: era habitual ver jóvenes con sotanas haciendo dedo por varias calles de nuestra ciudad (Tirasso, Sarmiento, Alberdi, Irigoyen, etc.) para poder llegar a las parroquias designadas.

El 15 de agosto de 1984, Fiesta de la Santísima Virgen, Monseñor Leon Kruk dio el nombre “Santa María Madre de Dios” al Seminario. El 12 de diciembre, Fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe, concluye el año lectivo con la Santa Misa de acción de gracias presidida por el Sr. Obispo seguida del acto académico. La semana siguiente tuvieron lugar las “misiones populares” efectuadas por sacerdotes y seminaristas en muchos lugares donde ellos se habían iniciado en el apostolado.

Durante el mes de enero del año siguiente la mayoría de los alumnos visitaban a sus familiares. Una minoría de ellos tuvieron la gracia de realizar los Ejercicios Espirituales de San Ignacio tal como los concibió el Santo: es decir con 30 días de duración. Esta primera tanda de ejercicios fue predicada por el sacerdote jesuita Alfredo Saenz.

El mes de febrero estuvo dedicado a una convivencia de verano entre seminaristas y sacerdotes en la localidad del Embalse “El Nihuil”. Al igual que en el Seminario, los días a orillas del lago, comenzaban con la Santa Misa y culminaban con una Hora de Adoración Eucarística (Luego de la cena). El resto de la jornada transcurría entre la lectura, el deporte y la recreación. Los ahora sacerdotes recuerdan estos días como una convivencia esperada, alegre, formativa e instructiva donde se armonizaba la formación espiritual, intelectual y física.

Estas actividades de verano con el tiempo se consolidan y quedarán establecidas como algo propio del seminario Diocesano de San Rafael: las misiones populares en el mes de diciembre; los Ejercicio Espirituales de San Ignacio en el mes de enero y la convivencia de verano en el mes de febrero.

Antes de comienzo del nuevo ciclo lectivo (1985) partían rumbo a Roma cuatro sacerdotes para especializarse en Espiritualidad,  Teología Moral, Teología Dogmática y en Sagrada Escritura. Durante dos años permanecerán en Roma para obtener la Licenciatura en sus respectivas disciplinas. Esta formación y especialización de los sacerdotes que se desempeñan como formadores es esencial para el futuro del nuevo Seminario.

A mediados del año 1986, un considerable número de alumnos, aquellos que manifestaban inclinación a la vida religiosa, se trasladaron a vivir a una finca, llamada “Villa de Luján”, que el Instituto del Verbo Encarnado había adquirido en la calle El Chañaral. Los 41 jóvenes religiosos del Instituto diariamente asistían a las clases en el mismo seminario “Santa María Madre de Dios” y luego del almuerzo (que compartían todos juntos, seminaristas y sacerdotes, diocesanos y religiosos) regresaban en un viejo colectivo a la “Villa de Luján” a realizar las actividades propias que exige el estado de vida religioso.

El año 1986 está signado por las construcciones. Gran cantidad de jóvenes, provenientes de varios lugares del país, piden a Monseñor ingreso en esta Casa de Estudios. Las ampliaciones son forzosas e ineludibles. Se inaugura ese año la “Casa San José”, pabellón destinado a los alumnos de los tres últimos años de Teología. También se da comienzo, en el mes de junio, a la construcción de la Capilla inaugurada un año después, en la Solemnidad de la Pascua de Resurrección.

 El conjunto de fieles apoyaba visiblemente las obras del Seminario. Se veía a esta casa de formación, como obra de Dios y manantial de bendición y gracias para toda la diócesis.  Prueba de ello es el aporte de laicos y empresas para estas obras de construcción. Se crea la Comisión SAUSEDIO para este fin, la mayoría de las familias sanrafaelinas contribuyen, en la medida de sus posibilidades, al sostenimiento de la Institución.

Varios sacerdotes han sido designados Rectores del Seminario desde su fundación hasta la actualidad. Pero no podemos dejar de mencionar de manera especial al Padre Alberto Ezcurra. Designado por Monseñor Leon Kruk como Rector, desempeñó ese compromiso con especial dedicación; su impronta y sello característico perduran en el lugar. La Providencia hizo que dedicara la mayor parte de su vida a la formación de nuevos sacerdotes. Primero en Paraná y finalmente en San Rafael. Muchos sacerdotes nos han referido del celo del P. Alberto por la formación, de su manera de enseñar y, sobre todo, de cómo “le sacaban el jugo” al querido Padre. Era maestro en todo tiempo y lugar. ¡Cuántos sacerdotes, seminaristas y laicos lo llamaron y seguirán llamando siempre PADRE, no por mera formalidad o título que se acostumbra dar al sacerdote, sino por una convicción profunda nacida del verdadero amor filial![3]

Muchos frutos de santidad han dado este Seminario, algunos visibles… pero los más, invisibles y solo conocidos por Dios. Centenares de sacerdotes se han formado en esta casa de estudios con una enseñanza coherente, sólida y fiel al Magisterio de la Iglesia. Dios se ha valido de esta generosa Institución, y de sus sacerdotes, para que la Semilla del Reino sea esparcida. Baste el actual ejemplo del trabajo de los sacerdotes diocesanos en Cuba; las decenas de sacerdotes incardinados en otras diócesis de Argentina y el mundo. Y el aporte de sacerdotes que NUESTRO SEMINARIO ha realizado al clero castrense.

Esta referencia meramente histórica de nuestro Seminario es para que se pueda, aunque sea sucintamente, apreciar la entrañable y estrecha relación que el Seminario tiene con el pueblo sanrafaelino y con miles de laicos dispersos por el país, incluso en el mundo.

Parafraseando al poeta podemos decir: Cuando se piensa… que nuestra propia diócesis fue bendecida con un Seminario, semillero de regios sacerdotes… no podemos más que celebrar y agradecer a Dios por tan magnifico regalo. Y rogar para que perdure.

 

Fabiola Martín de Perez

 

[1] Cfr. Gonzalez Guerrico,L.  Seminario de Paraná, en “Lucidez y coraje”, Ediciones Gladius, Bs.As.,2013.

[2] Cfr. San Mateo 9; 35 - 38

[3] Cfr. Caponetto Antonio, Padre Alberto Ezcurra. Católico y nacionalista. Revista Instituto de Investigaciones históricas Juan Manuel de Rosas, N° 32, 1993.

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 Año 1987

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