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Pbro. Mario Alfredo Camozzi

  • Foto del escritor: Testimonios del Seminario
    Testimonios del Seminario
  • 7 may 2021
  • 3 Min. de lectura

¡Un cordial saludo a todos en el Señor!

Soy el Padre Mario Alfredo Camozzi, nací en la ciudad de Paraná, Provincia de entre Ríos, e hice mis estudios en el Seminario Diocesano “Santa María Madre de Dios”. Allí, ingresé en el año 1986, pertenezco al curso de los “sotanudos”, como nos llamaba el querido y recordado Padre Alberto Ignacio Ezcurra, Rector del Seminario por aquel entonces, refiriéndose no al santo hábito, a la Sotana, si no a que vivimos nuestros dos primeros años del Seminario en el sótano, del viejo Chalet de la Familia Tirasso–Campi, que era la única edificación que existía en ese momento en el Seminario.

Fui ordenando sacerdote, el 8 de Diciembre de 1992, por Monseñor Jesús Arturo Roldán, Obispo de San Rafael. Desde ese día, he desempañado diversas tareas pastorales en distintas parroquias, tanto en el departamento de General Alvear como de San Rafael. También he sido profesor y formador del Seminario Diocesano. Desde principios del 2018, me encuentro en la Arquidiócesis de Paraná, a cargo de la Parroquia Cristo Rey, de la Localidad de Sauce de Luna, ubicada a 140km al norte de la ciudad de Paraná.

Todo lo que viví en aquellos años en el Seminario de San Rafael, constituyen momentos maravillosos e inolvidables. Todo lo que recibí, de parte del Obispo de ese entonces, Monseñor León Kruk; del rector, el Padre Alberto Ezcurra, de los formadores, de los profesores, de mis compañeros y de tantos laicos colaboradores, es algo que agradeceré eternamente y que ha dejado una huella imborrable en mi ser sacerdotal.

Entre las muchas cosas que recibí durante mis años de formación en el Seminario de San Rafael, quisiera destacar una, y que es la filial devoción a la Virgen María, nuestra Madre. La Virgen María, ha estado presente en el Seminario de San Rafael, desde los comienzos. Pensemos que fue fundado el 25 de Marzo de 1984, día de la Anunciación del Señor y día en que también, el Papa Juan Pablo II consagrara al mundo entero al Inmaculado Corazón de María. También el Seminario, fue puesto bajo el patrocinio de Santa María, Madre de Dios. En la capilla del Seminario, se venera de manera particular una imagen de nuestra Señora de Schoenstatt, La Mater, que es apreciada por todos los seminaristas y sacerdotes que pasamos por allí. Y esa devoción a la Virgen María, la vivíamos cotidianamente en la Santa Misa, en las homilías, en las clases, en ese Rosario rezado diariamente con nuestros compañeros, con los formadores, por la calle Tirasso, como dice la Zamba.

A propósito de la Virgen y del Rosario, quisiera contarles una pequeña anécdota sobre la Virgen del Rosario como fundadora y Patrona de Paraná. La cuidad de Paraná, no tiene un acta de fundación, se considera como acto fundacional la creación de la Parroquia del pago de La Bajada del Paraná, por parte del Cabildo Eclesiástico de Buenos Aires, el 23 de Octubre de 1730. Su primer párroco, el Padre Francisco Arias De Montiel, solicitó que se le enviaran las cosas necesarias, para dotar la pequeña Capilla que había allí. Entre las cosas que recibió, recibió una imagen de la Virgen del Rosario, proveniente del pueblo del Rincón ubicado en el Provincia de Santa Fe. La Imagen de la Virgen del Rosario va a llegar, al pago de La Bajada, en noviembre de 1731 y desde allí, la Virgen se quedó para siempre protegiendo y bendiciendo al pueblo entrerriano. Es la imagen que preside hoy, nuestra Catedral Metropolitana.

Quisiera terminar esta breve reflexión, con un fragmento de una oración que escribiera Monseñor Adolfo Tortolo, Arzobispo de Paraná a la Virgen del Rosario, pidiéndole a Ella, que proteja al pueblo Argentino, que proteja a la Iglesia, en estos momentos tan difíciles que nos tocan vivir:

“Madre del Rosario, acércate aún más a nosotros. Te pedimos por los que no tiene fe o rechazan tu luz, por los que no tienen pan, por los enfermos y por los sanos, por los que viven angustiados o sufren sin esperanza, por los hogares que se elevan y por los hogares que amenazan ruinas. Santifica y fortifica al Papa, el dulce Cristo en la tierra, a los obispos y sacerdotes, a todos los llamados a seguir más de cerca a Jesucristo, enciende en sus corazones un fuego que jamás se extinga. Madre del Rosario, únenos aquí en la tierra y llévanos contigo al cielo. Amén”.


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