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Mi nombre es Sofía Salinas, tengo 24 años, soy estudiante universitaria y miembro oficial de la Acción Católica. No sería posible que cuente en palabras todas las gracias que he recibido y recibo hasta el presente por el seminario, porque ni siquiera soy consciente de la mayoría; pero sí contando un poco puedo devolver algo de lo que se me ha dado, le pido a Dios la gracia para que me inspire y pueda hacerlo. Nací y fui bautizada en Malargüe. Cuando tenía cuatro años empecé a vivir en San Rafael. Mi familia era católica por tradición. Mis padres tenían algunas devociones populares, nos bautizaron y nos mandaron a todos a catecismo, y desde chicos nos hablaban un poco de Jesús y María. Cuando tenía ocho años mi papá se enfermó gravemente. Nos dijeron que no había esperanza de que se salve y que no iba a pasar la noche. Pero él conocía de joven al padre Marcelo Gómez que estaba en la parroquia San Francisco Solano. El padre le llevó la imagen del Divino Niño, que tantas gracias derrama, y pudo recuperarse por completo. Además, junto con el padre Ervino Gasman, le dieron a mi familia acompañamiento espiritual y afectivo en ese momento difícil. Hasta el día de hoy mi papá recuerda con cariño esa ayuda tan importante que nos dieron. Después de eso, empezamos a rezar en familia y a ir a Misa con frecuencia, pero con el tiempo volvimos a la normalidad. A los nueve años empecé a ir a catecismo y al grupo de niños de la parroquia Jesús de la Divina Misericordia. Nunca voy a olvidar las lecciones que nos daba el padre Roberto Sánchez: “El domingo… ¡¡A MISA!!” nos hacía repetir en cada momento; nos enseñaba que mientras estemos dentro del templo, no tenemos que sacar los ojos de encima del Sagrario; nos hacía hermosas Misas explicadas, donde nos enseñaba a adorar a Jesús cuando él lo levantaba en sus manos; nos hacía amar a María, y nos repetía cuánto ella nos ama; jugaba a la par nuestra y era el más bromista de todos. A los doce años empecé la Acción Católica en la parroquia San Francisco Solano, por el contacto con esa parroquia que me había creado la Providencia unos años atrás. Los asesores espirituales nos enseñaron la oración, el sacrificio, el estudio y el apostolado, que son los pilares de nuestro grupo. Lo hicieron a través de la palabra, pero principalmente con el ejemplo. Van doce años de campamentos, misiones, Misas, retiros, charlas, viajes, reuniones, patronales, peñas, juntadas, y todo eso que solo quienes lo han vivido entienden. El padre Rubén Schifelbein, padre Ervino Gasman, padre Marcelo Gómez, padre Ricardo Noriega, padre Leo Zabala… Los he visto a todos desgastar su salud física por acrecentar nuestra salud espiritual. Especialmente este año, que arriesgaron todo, y se pusieron al frente, para que no tenga que pasar yo por una batalla contra mi conciencia. Junto con ellos a los demás sacerdotes que han pasado por la parroquia y que han aportado algo al grupo. En el año 2011, hizo su apostolado como seminarista en Solano el padre Elio Rosales. Conocí el seminario yendo con el grupo a los días de visita. Con su carisma pudo crear una gran conexión con nosotros, y nos enseñaba lo importante que era ese lugar. Desde entonces siempre me ha gustado mucho ir. Ahora entiendo que es porque su hermosura material expresa sus gracias espirituales. El año pasado tuve el regalo de Dios de ver a los adolescentes del grupo viviendo algo similar, cuando tuvimos al seminarista Tomás Marini haciendo apostolado en el grupo. Algunos me han dicho que su paso por la parroquia y las visitas al seminario, han sido lo que más les gustó del grupo. Desde aquel 2011 hasta este año, cada visita al seminario me hizo entender más en profundidad que ese lugar es el corazón de donde sale todo lo demás. Decenas de sacerdotes con sus direcciones espirituales, confesiones, sermones, charlas, consejos, sacramentos, etc., me han ayudado en este hermoso proceso de conversión, de búsqueda y descubrimiento de Dios. No tuve una conversión repentina. Cada uno de los sacerdotes fueron como escalones que me acercaron cada vez más a Dios. Y todavía Dios los usa para que me convierta un poco más cada día. Tengo una deuda de gratitud que sé que Dios se las pagará en el Cielo. En estos peldaños de conversión quisiera destacar tres gracias que conocí. Primeramente, “la providencia Divina”: entendiendo que desde el principio de toda la humanidad, Dios pensó cada detalle de la historia para que yo pudiera nacer en una diócesis que conserva los ritos de manera admirable, donde la Eucaristía muestra toda su Dignidad y Hermosura. Por segundo, la conciencia de la “Misericordia de Dios”: ese Cristo ansioso y escondido en la confesión que me espera sin importar las miserias que llevo para entregarle, ni cuántas veces vaya, porque lo único que espera de mí es un arrepentimiento y el deseo de Amarlo hasta la eternidad. En tercer lugar, “todo es Gracia": todo viene del Padre, nada se le escapa. Incluso los males o cruces que soportamos y nuestra misma miseria, Él todo lo transforma, todo lo trueca en bien y gracia para aquellos a los que ama, a todo le saca provecho para nuestra salvación. No solo los sacerdotes aportaron a mi vida, sino tantos laicos que han sido formados por ellos, y después me han transmitido esas gracias a mí. El colegio “Santa María del Valle Grande,” con sus profesores, preceptores y demás; la fundación Ceytec; el equipo de retiros de conversión “Santa María Magdalena”; la Acción Católica de toda la diócesis; mis amigos; mi familia y tantas personas que me ayudan a estar donde estoy hoy, teniendo este inmerecido don de ser parte de la Santa Iglesia Católica. Desearía que ese corazón de esta bendecida diócesis siguiera latiendo por siempre, y que millones de personas reciban lo mismo que yo. Pero rezo para que sea lo que Dios quiera, porque sé que Él es el primer interesado en nuestra salvación, y que lo que pase será lo mejor. Sigamos rezando para mantener y acrecentar las gracias que tantos han sabido ganarse de Dios para nuestra diócesis. ¡Alabado sea Jesucristo, por siempre sea alabado!
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