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¿Qué me dio el seminario?
¿Cómo explicar un milagro inentendible? ¿Cómo expresar gracias inexpresables? ¿Cómo dejar por escrito, aquel misterio frente al cual tantos santos han enmudecido? Pues quien habla es nada más y nada menos que la madre de un sacerdote, y el milagro al que me refiero es justamente este: el sacerdocio. Me voy a limitar a expresar la alegría de tener un hijo cura, pues ante el misterio del orden sagrado, yo también enmudezco.
Nosotros entregamos un hijo, un pedazo de nuestra vida, a aquel bendito lugar que lo formó, a aquel nido de santidad que es el seminario. Nicolás tenía apenas 18 años, y deseaba ardientemente ser representante de Cristo ante los hombres. Por nuestra parte, no faltaban las dudas y la angustia de tener que dejarlo durante tanto tiempo, para que él pudiese seguir el llamado de Dios. Sin embargo, estas dudas y angustias se vieron saldadas, y con creces, pues notamos un cambio, solo fruto de Dios, y de formadores que amaban a Dios. Afloraron las virtudes, se educó la voluntad, se fortaleció la inteligencia, y cuantas cosas más de las que no se podría dar cuenta. Y hace tres años se realizó nuevamente aquel misterio. “Hombre de los hombres para Dios, hombre de Dios para los hombres” dijo el fundador de este seminario. Yo agregaría, hablando como madre “luz de mis ojos para Dios, luz de Dios para mis ojos”.
Poner en palabras lo que este seminario significa para mí y para mi familia, sería faltar a la Caridad y la Justicia. Poner en palabras lo que es tener un hijo consagrado sacerdote sería faltar a la Fe. Sería faltarle al amor de mi hijo, y al amor de mi Dios. Y por ello, a los sacerdotes, formadores, directores espirituales, amigos y al mismo seminario solo les puedo decir “gracias”. Gracias por saciar un amor materno insaciable. Gracias por alentar el milagro del orden sagrado. Gracias por forjar milagros. Gracias, finalmente, por darme la oportunidad de tener el mayor regalo que una madre puede pedir: un hijo sacerdote.
Nancy de Marrelli
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