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Nadia Bermúdez de Benteo y Miguel Ángel Benteo


Con nuestro testimonio, queremos dar gracias a Dios y a cada uno de los sacerdotes que han sido parte de nuestra vida como familia. Sacerdotes formados en el Seminario Diocesano “Santa María Madre de Dios”. Hace treinta y tres años, un sacerdote celebró nuestra boda. Nacía una nueva familia católica, una familia que echó a andar un camino en el que la presencia del sacerdote iba a ser fundamental. Nos consagramos ese día a la Santísima Virgen María, bajo cuyo amparo nos refugiamos siempre. Soñamos una gran familia. Nos pusimos en manos de Dios y de su Santa Voluntad. Así comprobamos que Dios no se deja ganar en generosidad ya que nos bendijo con ocho hijos. ¿Cómo no recordar a cada sacerdote que, al bautizar a nuestros hijos, los hizo hijos de Dios y herederos del Cielo? ¿Cómo no recordar al sacerdote que Confirmó al tercero de nuestros hijos antes de su difícil operación de corazón? ¿Cómo no recordar al que le dio la Unción de los Enfermos? ¿Y al que rezó el responso cuando Maximiliano se fue a la Casa del Padre? ¿Y a los otros Padres que nos acompañaron en nuestro humano dolor, atemperándolo como solamente puede hacerlo un sacerdote? Mirábamos a la Virgen del Rosario de San Nicolás y veíamos en sus brazos a nuestro hijo. ¿Había acaso un regazo mejor? La Santísima Virgen y un sacerdote. Un sacerdote y nuestra Madre Amorosa. Siempre a nuestro lado. ¡Bendito el Seminario de San Rafael, formador de santos sacerdotes! Bautismos. Comuniones. Confirmaciones… El sacerdote, presente en nuestra vida cotidianamente: en la celebración de la Santa Misa, acercándonos la Palabra de Dios, permitiéndonos la Reconciliación con nuestro Padre, brindándonos a Cristo en la Eucaristía. El sacerdote, ese apoyo generoso e incondicional en la formación de nuestros hijos, en la Catequesis, en las actividades de los grupos parroquiales. El sacerdote, mostrándonos la Divina Misericordia en los momentos de tribulación, con la palabra justa que alivió tantas veces el dolor de las pruebas, esas que debimos sortear como matrimonio y como familia. El Amor de Jesús Misericordioso, el consuelo de Nuestra Madre del Cielo y la presencia del sacerdote eran parte indispensable de nuestra vida. El séptimo de nuestros hijos murió a los tres meses de su concepción. Era un desgarro más en nuestros corazones… Pero allí estaba el sacerdote. Para oír nuestra pena, para hablarnos de la infinita Misericordia de Jesús y del amor dulcísimo de la Santísima Virgen. Para ayudarnos a comprender que el deber de todo padre es encaminar a sus hijos al Cielo. Y que Dios, en su inmenso Amor, se había adelantado con dos de los nuestros. ¡Bendita presencia la del sacerdote en tantos momentos de nuestra vida! ¡En la bendición de la casa, en la bendición de la mesa en los acontecimientos familiares, en cada Bautismo, celebrando las bodas de nuestras hijas! ¡Bendita presencia la del sacerdote! ¡Que Dios nos permita tenerla en el momento final! Unidos al inmenso amor a nuestra Virgen del Rosario de San Nicolás y a Jesús de la Divina Misericordia, están en nuestra familia el amor y la gratitud hacia los sacerdotes. ¡Que Dios bendiga a cada uno de ellos que han dejado su huella en nuestras vidas, y a los que hoy están junto a nosotros mostrándonos el infinito Amor de Dios!

Nadia Bermúdez de Benteo y Miguel Ángel Benteo


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