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Quiero dejar mi testimonio sobre nuestro seminario diocesano “Santa María Madre de Dios” ya que Dios ha querido regalarme innumerables gracias a través de los sacerdotes ordenados en él.
Viví la mayoría de mi vida en la ciudad de Mendoza, pero el espíritu diocesano del sur de la provincia, donde fui bautizada, siempre guió mi vida. Actualmente radico en San Rafael y al volver a encontrarme con mi diócesis y formar en ella mi hogar, pude apreciar con mayor claridad todas las gracias que se derraman sobre ella.
Conocí por primera vez el seminario desde cerca hace más de 12 años, cuando mi hermano mayor decidió seguir la vocación del sacerdocio
Nuestro seminario es el corazón vivo de nuestra diócesis. En él se forman hombres de bien, de carácter, hombres de Dios. Santos varones que llegan a ser sacerdotes sedientos de la salvación de sus ovejas y con gran celo por el cuidado del amor a Dios. Seminario fructífero que por más de treinta años ha dado sin cesar fruto abundante. Floreciente seminario con más de 40 varones, que dejando todo, se han dedicado a la preparación para ser otro Cristo en el mundo. Vida ordenada y disciplinada llevan, donde lo más importante es el amor a Dios.
Y no sólo se forman hombres de Dios, sino que se forjan familias enteras en su seno. He sido testigo presencial de esto, ya que acompañé durante sus años de formación a mi querido hermano, que hoy por gracia de Dios ya es sacerdote. No se pueden olvidar esos domingos de visita, donde se disfrutaba con la familia y éramos una sola familia con todos los demás. Donde se respiraba el amor a Dios, donde no faltaba algún sabio consejo de los sacerdotes formadores. En el seminario se forman familias todas, porque el crecimiento no es sólo de estos castos varones, sino de cada familiar y amigo que acompaña su formación. Parece que Dios también nos premia por haberle entregado a Su cuidado una persona amada.
Además este seminario es parte de nuestra idiosincrasia como pueblo. Pues no falta ver por la calle la sotana negra caminando, el curita con la sotana en la cintura andando en bicicleta o llenos de polvo jugando con los niños a la pelota. Recuerdo un diciembre lejano donde entre risas y juegos los seminaristas nos enseñaban a amar a Dios, en su misión de verano. En un mundo tan alejado de Cristo, la presencia de estos hombres de bien dan un aire de cercanía a Nuestro Señor, y tiñen nuestros pueblos con la presencia de Cristo.
Porque no es necesario ser católico para notar su huella. Basta con preguntar a cualquier persona de nuestra diócesis, sea cual sea su procedencia, y hasta el niño más pequeño sabrá reconocer a estos hombres de Dios. Pues los habrán visto pasar alguna vez, habrán presenciado de lejos alguna procesión, habrán escuchado la voz de alguno de ellos por televisión o radio. Nuestro seminario, y los sacerdotes que en él se forman, generan esto: la presencia de Cristo en nuestra sociedad, a la que tanta falta le hace.
Y para aquellos que nos esforzamos por seguir a Nuestro Señor, las gracias recibidas por este lugar de formación son innumerables. Porque estoy segura que cada uno de nosotros, bautizados, recordamos con cariño a cada sacerdote que ha tocado nuestra vida. Desde aquellos que nos han dado nuestros primeros sacramentos, aquel sacerdote que nos ha dado un buen consejo, una confesión profunda de esas que marcan vidas. No nos olvidamos de aquellos sacerdotes que nos acompañaron en las distintas etapas de nuestra vida, en momentos de discernimiento y también aquellos que nos han predicado algún retiro.
En lo personal guardo especial cariño a aquellos sacerdotes que me han guiado espiritualmente, que me han ayudado en momentos de duda. Aquellos sacerdotes que me han corregido con dulzura, que me han acompañado en el camino del noviazgo y hoy me acompañan en la formación de mi familia. Aquellos sacerdotes que corrigiendo mis vicios me han impulsado a alcanzar las virtudes. Son innumerables las gracias que recibimos por medio de este seminario y por los sacerdotes que se forman en él. Creo que la cantidad y calidad de vocaciones que han crecido en él demuestra por si sólo el gran valor que tiene para nuestra Santa Madre Iglesia.
Solo espero poder seguir disfrutando de la amistad y consejo de los grandes sacerdotes que en él se forman y que mis hijos algún día también lo puedan hacer.
En Cristo y María
María Rosa Marrelli
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