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María Laura Elias Cappa


En mi fiesta de 15 años, mi hermano mayor me llamó aparte y me contó que se iría al seminario a estudiar para responder a su vocación. Unos meses después se iba a San Rafael, al Seminario “Santa María Madre de Dios”. Allí mi papá estuvo un año, allí estudiaron dos de mis tíos, allí se formaron varios de los sacerdotes que ayudaron a la conversión de mis padres; allí mis papás vieron amigos seguir Su llamado, hijos de amigos, y ahora, amigos de hijos.


Y más aún, mis padres vieron a dos de sus ocho hijos escoger aquel lugar. Mi hermano mayor, y ahora el menor de los varones.


El seminario se volvió entrañable para mi familia. El tercer fin de semana de cada mes la casa se volvía preparativos y ansiedad por ir a ver a los seminaristas y sacerdotes. Se nos recibía a las familias con la misa dominical, y luego se compartía el almuerzo. No faltan esas charlas en la cocina o por cualquier parte del predio con las demás familias, ni el fútbol de los chicos, ni las visitas mesa por mesa de los sacerdotes formadores. Sonrisas, paz, lágrimas en la despedida; en todas y cada una de las despedidas.


Y los fines de semana o periodo de vacaciones que el hermano pasa en la casa, se puede ver crecimiento en amor a Dios, en sabiduría, en virtudes, en ejemplaridad.


A quien lea, disculpe la redacción. Es que hablo en pasado, sobre el hermano sacerdote, y en presente, sobre el hermano seminarista. En estos doce años de visitar, conocer, extrañar, añorar y amar este lugar, puedo decir que el Seminario se volvió nuestro lugar en el mundo.

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Hace cinco años, sufrimos un accidente. Perdimos a mi madre y a uno de mis hermanos para esta tierra. Los ganamos para el cielo. Durante esos meses de dolor, pérdida y sufrimiento, los sacerdotes de San Rafael nos asistieron en el hospital de Neuquén. Viajaron, estuvieron, se quedaron. Pasaron noches velando por nosotros. Nos celebraron la Santa Misa. Nos administraron los sacramentos.


Me contaron que las misas de cuerpo presente de mi madre y hermano estuvieron abarrotadas de aquellos sacerdotes. Un amigo me dijo que nunca vio a tantos sacerdotes juntos. Estuvieron allí, no porque los hubiesen conocido personalmente, sino porque se sabían familia, se sabían parte del Cuerpo Místico; y porque sabían que se despedía a una madre que había entregado a sus hijos, y a un hijo y hermano que había crecido recibiendo ese amor de entrega.


Me lo contaron porque yo seguía internada en Neuquén. Dos meses con mi padre, amigas y amigas de mi madre cuidando de mí. Un día de esos largos dos meses, la depresión se apoderó de mí. La tristeza. La desesperanza. En medio de esa tormenta llegó al hospital mi padre espiritual y formador del seminario, a quien yo había pedido que me guiara desde mis 16 años. Mi espíritu se alzó, recuperé la esperanza. No recuerdo conversaciones específicas, sino simplemente el que haya estado allí tomando mi mano en esa situación tan dolorosa, el hacer de madre y padre a la vez.

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De aquel seminario, aquel sacerdote… Aquel sacerdote que tomó mi mano en el peor momento. Aquel sacerdote que le dio la unción final a mi hermano. Aquellos que nos dieron los sacramentos, que nos acompañaron.


De aquel seminario aquel sacerdote que es mi hermano de sangre. De aquel seminario un sacerdote amigo que se volvió como hermano mayor. De aquel seminario un padre espiritual que se volvió madre también. De aquel seminario aquel seminarista que es mi hermano menor.


Es que si nos quitan aquel seminario privarían a la Iglesia y a la sociedad de un lugar de Bien. El bien es difusivo de sí. Los fieles estamos confundidos con esta decisión. Un seminario que florece en esta Iglesia cada vez más afectada por distintas crisis. Un seminario que no tiene escándalos. Un seminario donde los chicos son tratados con el respeto que merecen los hijos de Dios. Un seminario con vocaciones numerosas. Un seminario que da frutos, que enseña la recta doctrina, que es fiel al Papa. Un seminario que nutre a toda una diócesis, a una misión en Cuba. Repito, estamos confundidos.


A mi hermano sacerdote una vez escribí, que fue el mejor regalo que Dios nos concedió como familia: Tener entre nosotros a otro Cristo; que él pueda tener en sus manos al Amor y traerlo a nosotros. Lo miro y lo admiro. Lo miro y aprendo. Lo miro y crezco. Puedo ver que el tiempo que pasó en ese seminario, lo preparó para su duro y feliz destino.

Y ahora, como hermana mayor, y un poco mamá también, me toca mirar al seminarista. Me toca rezar, junto con tantas otras madres, hermanas, amigas…porque no le quiten aquel seminario. Me toca defenderlo. Me toca seguir amándolo. Pues donde dos o más se reúnen en Su Nombre, allí está Él.


Doy fe de que, en aquel seminario, se reúnen en Nombre de Jesucristo, de Su Iglesia, de Su Santa Madre. Doy fe de que, por medio de María, se consagran a Jesucristo. Que todo, aún con sus miserias y faltas, con sus defectos y pecados, lo hacen por María, con María, para María, mirando siempre a Su Hijo.


Y si nos lo quitan…diremos con Job “bendito sea el Nombre del Señor”. Y volveremos a trabajar para Su Reino.


Unidos en oración.

María Laura Elias Cappa


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jjdottar
jjdottar
17 ต.ค. 2563

Maria Laura, me encontraba en México, volviendo de misionar en Cuba y nos enconteamos con Felipe, el chileno, llorando desconsolado por el accidente de tus padres. No los conocía, pero me abracé llorando a Felipe. Y ahora tenemos un Elías en Malargüe. Un beso enorme.

Juan José Dotta, MALARGüe.

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