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EL SAGRADO SALVAVIDAS (Mi testimonio sobre el Seminario Santa María Madre de Dios)
Digo la verdad en Cristo, no miento, y mi conciencia me lo atestigua en el Espíritu Santo.
Siento una gran tristeza y un dolor constante en mi corazón. (Carta de San Pablo a los Romanos 9,1) «No tendrías ninguna autoridad sobre mí, si no te la hubieran dado de lo alto. Por eso el que me ha entregado a ti tiene un pecado mayor.» Jn. 19,11
Una vez fuimos de vacaciones al mar. Con el ímpetu propio de la adolescencia, le tomé prestado a mi hermanita una pequeña tabla salvavidas que tenía cordoncito de seguridad. Até ese cordón a mi muñeca, y me alejé de la orilla buscando la rompiente de las olas para jugar. Me fue muy mal, una ola me arrolló con fuerza y no me dejaba salir a la superficie. Fue horrible, hasta que pude asirme del pequeño salvavidas y sacar la cabeza fuera del agua: sentí que volvía a vivir. Nunca más he estado "físicamente" en esa situación de ahogo: pero "espiritualmente" sí, como más adelante diré. Mi salvación fue, en el momento, ese insignificante salvavidas.
En muchas situaciones de mi vida, el Seminario de San Rafael, los sacerdotes frutos de ese Seminario han sido ese "salvavidas" que Dios me daba para salir a flote, para volver a vivir, para crecer en la Fe de la Realidad de Dios, de mi Santa Madre Iglesia, la Hermosa Realidad del Amor, del perdón y del Cielo. Soy testigo y quiero gritar al mundo la catarata de Gracias y Dones que ha sido Nuestro Seminario para mi vida, mi familia toda, mi comunidad y la Iglesia entera.
Cuando se fundó yo era niña, pero con la suficiente conciencia como para recordar a mis padres trabajando muy comprometidos junto a Monseñor León Kruk, y percibir, gracias a la presencia de sacerdotes y seminaristas, el florecimiento de grupos de formación y de catequesis en los que participaban mis hermanos mayores. Yo era – o me sentía- como “la mascotita” de esos grupos. Ya joven empecé a formar parte: “mi vida” era “la parroquia”. Recuerdo estar la semana entera esperando ansiosamente y preparando toda la actividad de los fines de semana: el sábado a la mañana dábamos catequesis, siempre guiados y acompañados por seminaristas y por los sacerdotes. La tarde abría con grupos de niños, luego grupos de estudio y formación para los jóvenes. Después preparábamos los próximos encuentros de catequesis, también formamos un coro para la Misa, siempre haciéndonos un tiempo de esparcimiento para jugar y compartir una merienda. Los sábados eran coronados con la participación en la Santa Misa, resaltando la belleza y dignidad de la Liturgia...y luego Adoración al Santísimo Sacramento. La mayoría de las veces se “armaba juntada” en la misma parroquia, o en casa de alguno de nosotros, con guitarreadas, juegos y también alguna charla de algún tema trascendental. El celo apostólico y la entrega de sacerdotes y seminaristas era envidiable, incansables para preparar catequesis, misiones evangelizadoras, grupos de estudios y formación, salidas y campamentos. Siempre dispuestos a asistir con los sacramentos, o palabras de consejo o consuelo ante el requerimiento de cualquiera, sea de los que estábamos más activos en los grupos, o de aquellas personas que ante situaciones difíciles o crisis se acercaban o eran invitadas por nosotros para también gozar de ese DON inmenso del Cielo que era tener siempre un “curita” con el Corazón de Cristo para "curar"… Pero el diablo metió su cola, y esa parroquia sufrió una crisis tremenda por un párroco que, justamente, no se formó y nunca se sintió parte de Nuestro Seminario (llego a la Diócesis para ser ordenado). Y sí, fuimos muchísimas la víctimas que directa o indirectamente sufrimos una gran crisis de Fe culpa de ese lamentable sacerdote. Crisis profunda de manipulación de conciencias, desórdenes de diversos tipos, revelación de secretos de confesión, intromisión en el vínculo matrimonial de una forma tan grosera y grave que se destruyeron y siguen destruyendo muchas familias. En la mía este sacerdote creó una división y brecha muy profunda y dolorosa entre mis hermanos, mis padres y yo. Incitó un verdadero espíritu sectario, donde las deformaciones no eran solo espirituales sino morales también, creíamos que solo esa era la Iglesia, no nos dejaba ir a Misa a otra parroquia, ni menos a buscar confesión u otra cosa. Pero no nos dábamos cuenta, pues nos tenía absolutamente manipulados. Después de varios años empeoró la situación: comenzó a manifestar signos de desórdenes graves psíquicos y físicos: eso fue lo que hizo abrir mis ojos y los de mis padres para reaccionar y buscar ayuda, especialmente para el sacerdote, pues le queríamos bien y, como en toda “secta”, estábamos completamente subyugados psicológica y espiritualmente a él. Fuimos al obispado, a buscar amor de padre. Audiencias, declaraciones verbales y escritas, presentación de pruebas documentales, pedidos y súplicas, con el corazón en la mano para que se interviniera y pusiera un poco de Luz, Verdad y Paz en las almas de esa parroquia, que como un enfermo en agonía iba muriendo lentamente. Y no, no pasó nada. El desastre siguió y siguió dejando cadáveres de almas en el camino...
Fue en el 2009, un día de especial incertidumbre y angustia por toda esa situación, que caí al confesionario de una parroquia, la parroquia San José: con cuánta caridad y misericordia, hacia una parte y la otra, me fueron orientando para descubrir el verdadero rostro de Nuestra Madre Iglesia. Así, de a poco y como un ave fénix, me ayudaron diferentes sacerdotes a resucitar mi Fe y gozar de la belleza de la Iglesia. Eran sacerdotes formados en Nuestro Seminario Diocesano. Cuando uno ha vivido estados de tanto sometimiento, descubrir la verdadera libertad de los hijos de Dios fue una gracia inmensa. Así, con total soltura, iba a una parroquia u otra a Misa, a charlas y diferentes actividades, y muchas veces también al mismo Seminario. Sí, realmente esos "curitas" fueron un sagrado "salvavidas”.
Hoy, cuando se los acusa de desobedientes, de provocar divisiones y grietas en el seno de la Iglesia o de deformar la Doctrina y el Magisterio, quiero gritar: ¡NO, no es verdad, soy testigo de que no es verdad! Son sacerdotes realmente enamorados de Dios, son un Evangelio Viviente. ¡Me animaron a crecer en la Fe, a gritar al mundo mi amor a La Eucaristía, a la Santísima Virgen, a Nuestra Madre la Iglesia, a la Liturgia!
Jamás me orientaron hacia un bando o hacia el otro (hacia el lefebvrismo o el progresismo). Jamás nos incitaron a la división o a la desobediencia, y ahí sí que había motivos graves y manifiestos…
Ahora, en este Getsemaní, ante esta gravísima y profunda crisis de la Diócesis, repito las palabras que me dijo en esos momentos de ahogo y oscuridad un curita de Nuestro Seminario: "La Iglesia es Nuestra Madre, pero está enferma, ella no quiere tener ese cáncer, esa lepra que la pudre por dentro y mata partes de su organismo viviente. Pero esa podredumbre y corrupción no disminuye su amor tierno de Madre, su Misión de ser Sacramento, de acogernos en su seno y darnos Vida, darnos al Autor de la Vida.
A los sacerdotes y seminaristas quiero compartirles también lo que me decía hace unos días, cuando le llamé con el alma deshecha, mi hermana Carmelita: "El Señor resucitó a Lázaro, Lázaro era su amigo. Pero para que lo resucitara Lázaro tuvo que morir"... Meditando pienso: Lázaro no se suicidó, sino que "algo” le quitó la vida. Jesús lloró la muerte de su amigo, pero permitió que muriera para "manifestar su Gloria, el Poder de su Amor", y El Maestro lo resucitó, resucitó a su Amigo...
Ante este filicidio Jesús llora... y nosotros junto al Señor lloramos por este "algo" que está matando a Nuestro Seminario. Pero a la vez sabemos que esto va a terminar BIEN: el Maestro resucitará a su amigo, no sabemos cómo ni cuándo, pero Él lo hará: esa es nuestra Esperanza...
Mientras tanto le pedimos a Dios que nos ayude a decir de corazón como Él en la Cruz: "Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen", y elevamos una ardiente súplica al Cielo: "SANTA MARÍA MADRE DE DIOS, ruega por nosotros los pecadores, AHORA en la HORA de la MUERTE del SEMINARIO que lleva TU NOMBRE, amén"
María Laura Blas de Pérez
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