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María del Carmen Isabel Paulina Maraggi de Costantini


Testimonio del comportamiento de los sacerdotes diocesanos de San Rafael.

Me llamo María del Carmen Isabel Paulina Maraggi de Costantini. Soy de Buenos Aires y vivo en San Rafael desde 1994, tengo 64 años.

Vivo en Belgrano 92, a pasos de la Catedral, y he estado viendo desde entonces a seminaristas, luego diáconos, y más tarde sacerdotes preparados por el seminario local prestar servicios en la Catedral. Muchos son después enviados a otras parroquias, razón por la cual fácilmente se los extraña. Sin embargo, los 26 años ininterrumpidos de asistir con regularidad a la Catedral, me han permitido ser testigo de una constante: excelentes jóvenes formados con el mejor espíritu eclesial, con un gran amor a Jesucristo y a las almas, constituyéndose ellos mismos en el mejor puente entre Dios y sus criaturas.

No recuerdo ningún gesto, comentario o acto fuera de lugar. Siempre los vi desvivirse en su actividad pastoral y predicar hermosamente según sus propias cualidades. Muchos de los que vi pasar volvieron más tarde a cubrir las necesidades según la época litúrgica y siempre los vi actuar con el mismo espíritu y un gran amor a Cristo, a la Iglesia, y al prójimo y a los pobres, incluso a los más despreciados, que concurren a pedir al templo.

En 2012 fui internada en el hospital público local para confirmar un diagnóstico clínico de linfoma no Hodgkin y providencialmente en el mismo piso estaba internado un sacerdote profesor del seminario, el padre Cerroni que, por turnos, era ayudado por seminaristas a celebrar Misa, pues debía permanecer acostado. Como yo en cambio podía levantarme pues lo mío en ese momento consistía en controles y no en un tratamiento, tuve felices consuelos al poder comulgar diariamente, lo cual compensaba la angustia de la espera del diagnóstico profundo de mi enfermedad en mi situación de esposa y madre de 8 hijos, los menores, adolescentes. Diariamente pasaba el padre Fajardo, capellán del Hospital, a visitar enfermos y administrar los sacramentos que le solicitaban en todo el edificio. No paraba en su misión. Luego seguí mi tratamiento en Mendoza, donde estuve internada en varias oportunidades y me fue imposible recibir la visita de ningún sacerdote.

Como voluntaria ocasional de Pastoral de la Salud, atendí unos a un paciente con cuadriplejia causada por un accidente de moto, había estado conduciendo en estado de embriaguez. Lo oí recitar, poco antes de morir por una infección hospitalaria, el Padrenuestro, como coronación del arrepentimiento de una vida licenciosa que le había llevado a perder su familia y dignidad, gracias a la administración de los sacramentos de parte del capellán.

Como profesora del colegio Isabel la Católica he tenido alumnas con la mejor actitud que pertenecían a la Acción Católica de la Catedral o a otras parroquias de la diócesis y eran todas chicas muy bien dispuestas y generosas.

Estoy profundamente triste por el cierre del seminario. Me resulta inexplicable.

No hago otra cosa que pedir ayuda al Señor para no desanimarme pensando en que en estos momentos tan duros para toda la humanidad faltarán obreros a la mies, cuando veo a mi alrededor tantas personas sin ninguna esperanza sobrenatural, angustiadas por la cultura de la muerte, de la que tanto habló San Juan Pablo II, víctimas o partícipes de ella.

Rezo para que Dios ilumine a quien corresponda a dejar sin validez la medida.

María del Carmen Isabel Paulina Maraggi de Costantini.


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