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Marisol C. Blas de Lombard



Providencialmente, he crecido al amparo de este Seminario...

Recuerdo cuando era niña y mis padres nos enseñaban a mis hermanos y a mí la vida de la fe; nos contaban que aquí no había muchos sacerdotes y que Monseñor Kruk pedía oraciones para que Dios "enviara obreros a su viña"... A veces en tiempo de vacaciones asistíamos a la Santa Misa que nuestro obispo rezaba todos los días a las siete de la mañana en la pequeña capilla del obispado. Cuando llegábamos soñolientos, lo encontrábamos de rodillas frente al sagrario en oración, seguramente rezando por los sacerdotes y para que llegaran muchos más a nuestro San Rafael.

Así fue que, pasado un tiempo, asistimos como familia a la fundación de este Seminario. Mis padres, que siempre fueron muy generosos, ofrecían nuestra casa para recibir a los seminaristas y a sus familias cuando recién llegaban y también comunicaron nuestro número de teléfono (no existían los celulares) para quienes quisieran o necesitaran contactarse desde lejos con los recién llegados o con los sacerdotes formadores. Así es que esta especial circunstancia nos dio la grata posibilidad de conocer y entablar amistad con muchas familias de otros lugares con quienes, aún hoy permanecen aquellos lazos. También con sacerdotes y seminaristas.

Recuerdo con gran alegría la Santa Misa que celebró el Obispo para inaugurar esta casa de formación. Como en esa antigua casona aún no había capilla, esa Misa fue celebrada bajo el alero de la galería, al aire libre, y con mucha emoción y recogimiento... Después, el Seminario de San Rafael fue creciendo con el sacrificio de muchos bajo el amparo de Santa María Madre de Dios. Es por esto que lo sentimos como propio...

Cuando llegó el momento de las primeras ordenaciones sacerdotales también nos embargaba la sensación de estar frente a algo grande y a su vez, misterioso, ante un acontecimiento muy, muy importante. Habíamos aprendido por el catecismo que el Orden Sagrado es uno de los siete sacramentos, el que reciben los sacerdotes; pero nunca antes habíamos tenido la posibilidad de asistir a una celebración donde el obispo ordenara a diáconos y sacerdotes. Recuerdo los cantos litúrgicos, los gestos... Lo que más impactó mis ojos de niña fue la postración de los hombres que recibían el sacramento y la imposición de las manos con la invocación al Espíritu Santo...Fue realmente conmovedor respirar el aroma a incienso, admirar los colores de los ornamentos sagrados y percibir aquella atmósfera sacra.

Fuimos aprendiendo el respeto por los objetos, lugares y personas consagradas desde muy jóvenes. Estos sacerdotes y seminaristas nos mostraron que la religión es memoria, tradición y sobre todo "VIDA", que se pierde para el mundo, pero que a su vez se gana para el Cielo.

Agradezco cada día a Dios por Monseñor Kruk y su celo apostólico, por mis padres que nos dieron la fe y su ejemplo de generosidad y por este Seminario que sembró en nuestras almas el valor por lo sagrado y su escondida belleza.

Rogamos al Señor, a su Santísima Madre y a San José para que esta casa de formación que vimos nacer y crecer continúe entregando a la Iglesia sacerdotes de corazones ardientes y vidas ofrecidas por el bien de todas las almas.

Saludos: Marisol C. Blas de Lombard


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