Mi nombre es Mario Durán, soy de General Alvear, Mendoza, tengo 46 años, agradezco a Dios profundamente la dicha de poner en el camino de mi vida a sacerdotes de la talla con los que he compartido y a quienes en muchas oportunidades desde joven he acudido. Valoro inmensamente el acompañamiento en la siempre generosa disposición para la administración de los sacramentos instituidos por Cristo (darnos o aumentarnos la gracia de Dios), en la celebración de la Santa Misa, también en invitar primero con el ejemplo y después con el consejo a procurar el bien, a armar la casa sobre roca, a ser feliz y hacer felices a los demás, a salvar el alma, y por la caridad con que mi familia ha sido tratada.
Haré referencia a algunos hechos puntuales para atestiguar lo antes dicho dada la piedad sacerdotal y la paz experimentada por mi familia y por mí.
En primer lugar, referiré al acompañamiento a mi papá durante la enfermedad y la asistencia con el sacramento de la unción de los enfermos cercano ya a su deceso (este 24 de septiembre próximo se cumplen 6 años), la Santa Misa de cuerpo presente y el acompañamiento a la familia en el duelo.
La asistencia y cercanía hacia los momentos difíciles qué vivió mi hermana durante los 5 años de enfermedad, visitándola periódicamente, ofreciéndole la confesión y comunión (sacramentos que le dieran en todo momento gran paz y consuelo). En una ocasión encontrándome presente, y a 4 días previos a su fallecimiento (20 de marzo de 2020), estando ya muy debilitada a causa del avance de la enfermedad, al recibir del sacerdote la Eucaristía desde la cama y con mucha dificultad para asimilarla (pero no para recibirla), noté como su rostro mostró plenitud, alegría y un agradecimiento muy evidente.
En beneficio hacia la familia y mi persona, en la disposición al sacramento de la confesión, a darme la gracia de Dios, el oído presto y el consejo oportuno. En la unión esponsal con mi señora, el bautismo de mis cuatro hijos, en la confirmación de las niñas, en la confesión y eucaristía frecuente a la familia, en acercarse actualmente cada primer viernes de mes a darnos la comunión, ya que estamos realizando la promesa del Sagrado Corazón (por documento no nos toca salir de casa este día), en rezar por la familia y haber estado atento, en oración y cercanía en una oportunidad por una cuestión delicada de salud de una hija.
También, y ya para finalizar, por ayudarme a salir adelante en los momentos difíciles personales que he pasado hace ya 3 años, cuando fuera diagnosticado de presentar una afección cardíaca, situación que me llevara a rever varias cosas en mi vida, principalmente a reorganizar todo.
Los distintos sacerdotes que han estado presentes en estos momentos difíciles a que hago referencia, y que tanto bien han hecho a la familia y mí, son diocesanos y formados en su gran mayoría en este seminario “Santa María Madre de Dios”, de esta joven y hasta el momento floreciente diócesis de San Rafael. Digo hasta el momento, porque es sabido que de cerrarse esta casa de formación afectará no solo a los actuales seminaristas, sino a las vocaciones futuras y a quienes somos parte de la iglesia en esta región. Lamentablemente esta medida puede llevar a lo que he presenciado en otros lugares, desde los distintos viajes que he tenido la oportunidad de realizar fuera de esta diócesis y dentro de nuestra querida Argentina, donde me he encontrado al acudir a la Iglesia en muchos de ellos, con dificultades para la celebración de la Santa Misa dominical, ya sea por la ausencia de sacerdotes, porque son pocos y/o también por el hecho que son mayores. De seguir así, las dificultades se presentarán hacia futuro.
Por todo ello, ruego a Dios, la Santísima Virgen y San José para que intercedan si es su santa voluntad en esta decisión, para que se revierta esta medida y pueda así continuar este “seminario de fe” la ejemplar obra de bien hasta el momento viene realizando.
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