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Mi nombre es Margarita, tengo 59 años y me dispongo a compartirles las gracias de Dios que he recibido a través del seminario de San Rafael y de los sacerdotes que allí se formaron. Y, aunque es muy difícil contener en pocas palabras una lluvia de Gracias, pido al Espíritu Santo me ilumine. Como todos los fieles de la diócesis, del Seminario Santa María Madre de Dios he recibido sacerdotes siempre dispuestos administrarnos de Dios la vida de la Gracia a través de los sacramentos; bien formados, iluminándonos con sus charlas, retiros, dirección espiritual; cercanos, sobre todo en los momentos de la cruz. Como mamá, entregué un buen hijo al seminario, y el seminario me devolvió, por Gracia de Dios, un santo sacerdote. Pero no sólo lo formó a él y le ayudó en su discernimiento, también la familia, sus hermanos y yo nos vimos enriquecidos en la vida de la Gracia, en el compromiso, en la unión familiar. Nuestra familia se amplió, porque acogí como a hijos a los compañeros seminaristas de mi hijo. También forjamos una cristiana amistad con sus familias. Durante los nueve años de formación y discernimiento de mi hijo en el seminario, pude tener asistencia perfecta los días de visita de la familia, los terceros domingos de mes. También estuve allí muchas veces en el tiempo en que mi hijo fue formador del seminario mayor y menor y ecónomo. Esta cercanía me permitió conocer bastante el lugar, los formadores, los seminaristas, los benefactores, las personas que van a diario a recibir un plato de comida, una palabra de aliento. En ese lugar se vive el evangelio, se forma en la Verdad, se convive en armonía y alegría, se entrega la vida; puedo decir, sin miedo a equivocarme, que es una obra de Dios. La buena fama es algo que cuesta mucho construir y el seminario de San Rafael la tiene. Tan es así que, en este momento, cuenta con treinta y nueve seminaristas. Treinta y nueve jóvenes que lo eligieron porque saben que allí encontrarán la mejor formación para servir a Dios el resto de sus vidas. Treinta y nueve seminaristas en una diócesis de 270 mil habitantes. En esta época de crisis de vocaciones, el cierre de este seminario, sin ningún motivo moral grave, es verdaderamente un escándalo. Sin siembra no hay cosecha. Sin seminario no hay sacerdotes. Sin sacerdotes no hay sacramentos. Sin sacramentos no hay Gracia. Sin Gracia no hay resurrección y vida eterna en el cielo… y entonces, no hay esperanza. Ruego a Santa María Madre de Dios que, como en Caná, interceda ante su divino Hijo por este querido seminario diocesano de San Rafael; que con Su Gracia siga funcionando eternamente para mayor gloria de Dios. Yo, prometo hacer lo que Él me diga. Margarita Visitación Melis
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