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Juan Adrián Reche y Nidia Graciela Romo de Reche


Queremos dar nuestro testimonio que comienza muchos años atrás, pero termina con la mejor bendición que Dios nos puede dar, ser padres de un seminarista. Hoy se encuentra en tercer año de teología en el seminario Santa María Madre de Dios.

Desde que formamos nuestra familia en marzo de 1988 hasta diciembre de 1996 vivíamos en Mendoza capital; allí nacieron nuestros cuatro hijos. Como habíamos tenido la gracia de venir de familias católicas fuimos matrimonios guías en catequesis familiar de la parroquia Santo Domingo, en ciudad; lo que resultó una experiencia por demás enriquecedora porque palpábamos palmo a palmo como la familia completa de los niños que se preparaban para recibir su primera comunión crecía junto con ellos en la Fe.

Pero también sufríamos todos de manera indecible la falta de sacerdotes. A tal punto que en varios domingos no contábamos con uno que nos pudiera celebrar la Santa Misa y debíamos conformarnos con una Celebración de la Palabra. Ni qué decirles cuando los niños debían recibir el sacramento de la confesión por primera vez, algunos no se animaban a hacerlo porque también era la primera vez que estaban frente al sacerdote que los confesaría. Y para rematarla el día de esa tan esperada primera comunión, también sucedía que el sacerdote llegaba a celebrar a la hora establecida y los padres de niños que estaban esperando para confesarse no podían hacerlo. Todo debido a los escasos sacerdotes que había.

Por aquellos años también padecimos la desolación de no contar con ellos durante la enfermedad, agonía y fallecimiento de mi suegra y años después sucedió lo mismo con mi padre. Quien falleciera en agosto de 1996.

Ante estos sucesos tan tristes en nuestras vidas fue lo que nos hizo tomar la decisión de brindarles a nuestros hijos un ambiente en donde dar con un sacerdote no debiera ser tan difícil como encontrar una aguja en un pajar. Y emprendimos el regreso a San Rafael. Tener a sacerdotes que nos ayuden en nuestro camino de la Fe, transitar nuestra vida teniendo los auxilios divinos era primordial para nuestra familia.

Y fue aquí en nuestro querido San Rafael que encontramos el clima oportuno para crecer todos en la Fe. Aquí los sacerdotes pasan a ser parte de nuestra propia familia. Están en todas las parroquias, los encontramos a la hora que los necesitemos, tenemos misa diaria y varios horarios durante el fin de semana. En la catequesis, ámbito donde me he desenvuelto durante muchos años, los sacerdotes acompañan los encuentros de los niños cada semana, juegan con ellos en los recreos, visitan sus casas, presiden las reuniones de padres. Preparan personalmente a los catequistas con charlas de formación y retiros espirituales.

Cuando se anunció en la Diócesis que se abriría el seminario menor familiar, nuestro hijo menor, en ese entonces con 15 años, se dirigió inmediatamente al seminario para que le explicaran como seria eso, porque él quería ingresar. Se convirtió en el primer seminarista postulante hasta que éste se abrió, hace de esto 10 años. La modalidad de seminario menor familiar le permitía estar en casa, concurrir a su colegio e ingresaba fin de semana por medio al seminario.

Fueron tres años, donde esperaba con ansias que llegase el fin de semana que le tocaba ingresar. Cada viernes llegaba del colegio a preparar su bolso para ir a pasar el fin de semana al seminario. Así hasta cumplir los 18 años.

Desde el primer momento sintió que ese era su lugar. Fue un periodo de formación para él y la familia, donde fue notable el crecimiento espiritual de todos nosotros. Cuando finalizó sus estudios secundarios y con 18 años cumplidos ingresó al seminario mayor. La felicidad en él iba en aumento y no decayó nunca. Nosotros año a año lo hemos ido viendo, madurar su vocación y, crecer en alegría de estar allí donde sintió siempre ser llamado.

Durante el tiempo que lleva en el seminario el trato de parte de los formadores hacia nosotros ha sido exquisito. Si por alguna razón se enfermaban los llevaban al médico e inmediatamente nos comunicaban su estado.

Si hacían una salida como las tantas que hacen, ya sean convivencias en la provincia de Rio Negro, donde eran invitados y alojados por sacerdote de aquel lugar; o como las salidas a los encuentros de filósofos y/o teólogos realizados en distintas provincias de nuestra Argentina, Córdoba (Cura Brochero), San Juan, aquí mismo en nuestra Diócesis donde vinieron de otros seminarios al encuentro de teólogos. El rector padre Alejandro Ciarrochi nos comunicaba con anticipación. Cuando regresaban al seminario, nuestro hijo nos llamaba por teléfono porque el padre rector le pedía que avisara cada uno a su familia que ya estaban en casa.

El cuidado del padre Alejandro era el de un verdadero padre para con todos. A tal punto que nos comunicó en forma personal cuando comenzó la cuarentena por covid 19 que habían tomado la decisión de suspender las visitas mensuales de la familia y cerrar las puertas del seminario para que nadie entrara ni saliera de allí mientras esta situación siguiera en pie, de esta manera cuidaría la salud de todos.

En cuanto a lo espiritual por demás está decir que la coherencia de vida de los sacerdotes que lo han acompañado en esta casa de estudio le ha dado solidez al anhelo de su corazón de ser todo para Dios.

Los sacerdotes a los que conocemos desde que se ordenaron y algunos de ellos desde que eran seminaristas y han sido los formadores de nuestro hijo, se han desenvuelto en armonía, transparencia, y coherencia de vida. Creando un ambiente de amor a Dios, amor a la Virgen, amor al prójimo, reflejándose en el rostro de cada joven que allí se encuentra, en la serenidad con que afrontan el discernimiento de su vocación. Y por ende se manifiesta en cada una de las familias de estos seminaristas que allí estudian. Familias con las que nos encontrábamos cada tercer domingo de visita.

Así transcurrieron los últimos diez años. En la alegría y certeza de ver y sentir que nuestro hijo estaba bien.

Hasta que el 27 de julio de este año por la mañana llega a mi celular por whatsapp un comunicado emitido por el obispado anunciando el cierre del seminario a la vez que esto mismo se está anunciando a nuestro hijo en dicho seminario y a los sacerdotes. Parecía un chiste, algo tan trascendental para la vida de una diócesis anunciado así de esa forma tan trivial. La consternación y el dolor, fue grande. El desconcierto aún mayor. La intranquilidad invadió nuestras vidas. Imposible de creer. ¿Cómo definir esto?

Algo irrumpió el orden en las familias de todos, en la Diócesis. En la Iglesia. Cerrar el seminario es cortar los canales de la Gracia. Es dejar sin agua viva a las generaciones venideras.

Por todo esto es que pedimos a todos los que intervinieron para tomar esta decisión, por Amor de Dios, revean si realmente al Dueño de la mies, quien ha enviado tantos obreros a este seminario diocesano y están por el mundo sembrando su palabra, le es de su agrado que el seminario Santa María Madre de Dios sea cerrado.

Juan Adrián. Reche

Nidia Graciela Romo de Reche


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