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AMDG
"Hoy más que nunca la Iglesia necesita sacerdotes santos cuyo ejemplo diario de conversión inspire en los demás el deseo de buscar la santidad." (San Juan Pablo II).
Los sacerdotes son verdaderamente este puente y esta luz que nos conduce a Cristo. En ellos encontramos refugio seguro, paz en nuestra alma y esperanza en el Cielo. Por esto y por más, considero que la mayor gracia con la que Dios me ha bendecido es tener un hermano sacerdote.
Cuando yo era pequeña, con 5 años de edad, mi hermano mayor entró al seminario diocesano de San Rafael. Recuerdo que no entendía mucho, incluso llegué a preguntarle a un hermano si estábamos ahí para que Ignacio fuera Papa. Pero aunque no tengo mucha conciencia de lo que significó en un principio, puedo decir que ahora lo entiendo un poco mejor. El Seminario no quería robarse a mi hermano o llevarlo lejos de mí. Sino que era Dios mismo quien lo estaba llamando a él personalmente. ¿No es esta la mayor gracia y muestra de cariño por parte de nuestro Padre? Y quien iba a decir que luego de 11 años, un segundo hermano decidiera abandonar sus estudios para entregarse a la vida de seminarista y al llamado de Dios Padre.
Aunque mi niña interior todavía siente que el seminario quiere robarse a mis hermanos, quiero decir hoy que no puedo agradecer más a Dios. Porque me dio a mí y a mi familia la oportunidad de que el seminario formase parte de nuestras vidas, un lugar donde, reunidos en familia, podemos dejar atrás los problemas agobiantes de cada día, para sanar heridas y hallar consuelo, para tener el apoyo de sacerdotes en los dilemas espirituales y materiales, para descansar la vista en sus hermosos paisajes. Es muy bueno como un lugar muestra lo bello y maravilloso de Dios en la sencillez y humildad de cada uno de sus seminaristas y formadores en las pequeñas cosas de cada día.
Y con la noticia del cierre se entristeció mi alma y lloré preocupada. Pero cuando pensé en lo peor que la debían estar pasando los seminaristas y curas no tuve consuelo. Sin embargo, para mi sorpresa, cuando hablé con mi hermano que estudia allí y con mi hermano ya cura, me recuperé. A pesar de todo, su alegría y confianza en Dios seguía intacta y presente en cada palabra que me decían, incluso cuando me contaban de su día a día y de las cosas simples que habían hecho. Y pensé, este es el ejemplo que quiero seguir, que a pesar de sufrir problemas, los cuales todos tenemos, sepamos mirar Confiados la mano de Dios que siempre está y nunca abandona, que sepamos ver la luz en la oscuridad y la alegría en la adversidad ¡Ojalá seguir el ejemplo de estos santos varones!
Dios quiera que no cierre el seminario, pero si es así, que tengamos el aliento, la serenidad
y la fe de soportar viento y marea en la barca donde Cristo, nuestro consuelo, duerme.
Isabel Elias
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