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Grupo de jóvenes mendocinas



Somos un grupo de chicas jóvenes, alrededor de 20 años, que decidimos dar a conocer nuestro testimonio sobre las gracias recibidas por el Seminario diocesano de San Rafael. Vivimos en la ciudad de Mendoza y somos todas egresadas de un mismo colegio donde hicimos la primaria y secundaria juntas y, desde que tenemos memoria, siempre nos hemos visto rodeadas, gracias a Dios, de algún cura ordenado en este Seminario que nos asistió durante todos estos largos años de colegio. Es más, algunas hasta hemos sido bautizadas por algunos de ellos, así que creemos que no sólo es necesario sino nuestro deber como cristianas atestiguar los dones recibidos por nuestros sacerdotes diocesanos de San Rafael. Nuestra primera confesión la realizamos con un sacerdote de esta diócesis y han sido muchísimas las veces que vinieron al colegio a confesarnos desde la primaria hasta nuestro último año de Secundaria. También, nos han acompañado a los viajes culturales que hemos hecho por nuestro país, teniendo la gracia de tener un cura siempre dispuesto a confesarnos, a charlar con nosotras y, lo que es realmente bello, pudiendo escuchar todos los días misa recibiendo la Sagrada Comunión. No podemos dejar de contar aquellos retiros, campamentos y misiones que varios años hicimos y en los cuales nos han compartido charlas, fogones, misas y meditaciones. Al pensar en todos estos años de juventud recorridos juntas, en el cual hemos crecido y formado nuestro carácter y personalidad como cristianas con la mirada puesta en Dios y en la Virgen María como nuestra modelo, nos es inevitable ver las huellas que cada uno de estos sacerdotes fieles a su Iglesia han dejado en nosotras. Cada palabra que nos llegó al corazón, cada consuelo para el alma y nuestras lágrimas en épocas difíciles de nuestras vidas, cada motivación para seguir adelante y firmes en la Fe ante momentos de prueba, cada consejo prudente y sabio que nos abría nuestro entendimiento y corazón, cada sonrisa y mirada de paz, cada alegría compartida, cada guitarreada, cada enseñanza, cada misa celebrada con suma devoción, cada Eucaristía recibida de sus manos consagradas, cada ejemplo de caridad, de fe y de esperanza… Nos sentimos profundamente agradecidas por cada uno de ellos, porque sabemos que si no los hubiéramos tenido cerca de nosotros nuestra vida sería muy distinta, porque han sido tantos los años que nos han acompañado que tenemos un gran aprecio por ellos y por su querido hogar que los formó como varones fieles a Cristo. Somos testigos de su fe y de su amor hacia la Verdad, hacia la sana y recta Doctrina, hacia la Santa Madre Iglesia Católica y hacia todo su rebaño. En pocas palabras, somos testigos de su altísima vocación que los hace verdaderamente otros Cristos aquí en la tierra.    Tampoco podemos dejar de mencionar nuestra extrema alegría cuando nos enteramos que tres compañeros nuestros habían elegido el camino del sacerdocio, queriéndose formar en este Seminario. Esa fue la prueba real del enorme bien que estos sacerdotes habían hecho en nosotros. Fue un gran orgullo pensar que en un futuro, no tan lejano, pudiéramos escuchar una misa celebrada por ellos, una homilía y hasta recibir la Eucaristía de sus manos.     Por todo ello, nuestro dolor y tristeza en estos momentos es muy grande y nos gustaría que nada de esto estuviera pasando. Nos duele cada uno de sus seminaristas, formadores y sacerdotes ordenados en esta querida casa, semillero de tantas vocaciones que cuánta falta hace para nuestra provincia. Esperamos que las autoridades correspondientes puedan recapacitar, mientras tanto nosotras seguiremos rezando por cada uno de ellos, teniendo la fe y la esperanza puesta en Dios, como ellos lo hacen. Agustina Widow, Ana Ortiz, Carmen Cardozo, Consuelo Marañón, Emilia Elías, Federica Jorge, Florencia Dal Pozzo, Lourdes Delle Donne, Mariana Baldasso y Rosario Cuneo.


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