top of page
Buscar

Gabriel Vilanova


Si hay una riqueza en la Iglesia Católica es su dimensión espiritual: no se queda solo en lo individual, sino que goza de una vida en comunidad, sin importar distancias geográficas ni materiales.

Soy Gabriel Vilanova, y al momento que escribo tengo 26 años. Tal vez desde los 10 aproximadamente que he forjado lazos espirituales con la comunidad de San Rafael y su seminario “Santa María, Madre de Dios”, y no lo había pensado así antes. Porque vivo a unas tres horas, en la ciudad de Mendoza, y no viajo más de dos o tres veces al año. Sin embargo, he experimentado una cercanía particular que no me ocurrió con otras comunidades.

Desde niño he recibido innumerables gracias de aquellos pequeños Cristos que desde el anonimato muchos han demostrado ser buenos y necesarios administradores de los sacramentos.

Tuve la oportunidad de crecer rodeado de sus consejos, con alguna dirección espiritual, misas o con simples charlas incluso, durante sus visitas. Pasados algunos años fui invitado a sus retiros por amigos que el Señor puso delante del camino, y de los que vale la pena tomar conciencia; pues todo es gracia. Participé de misiones parroquiales por los barrios de San Rafael, en campamentos con seminaristas, jornadas de formación, y hoy tengo por amigos a muchos de ellos. Por todo esto afirmo hablar con conocimiento.

Lo más grande se da en las cosas más singulares. Por ello solo daré testimonio de los retiros espirituales, ya que participé en diferentes oportunidades durante 2010, 2011, 2012, 2015 y 2019. Porque allí fue donde se obró lo que parece “el más pequeño de todos los granos” (Mt. XIII, 32), pero que es para mí lo más importante.

Sin los retiros, mi vida sería otra, y yo no sería el mismo. Su carisma para predicar los ejercicios de San Ignacio de Loyola me ayudó a encontrar a Dios, y a encontrarme en Dios. Llené cuadernos tratando de descubrir lo que Dios quería de mí, siempre con la consigna de cómo ayudar al prójimo. Cuando estuve apagado me insuflaron ánimo, y cuando creí llevarme el mundo por delante me enseñaron a frenar, pues solo en el “soplo tranquilo y suave” (1Re. 19,12) está Dios. Cuando me invadieron las melancolías, mirando la Cruz comprendí el sentido del dolor y me fortalecí. Cuando mi ánimo fue desbordante, aprendí a estar preparado para la desolación. Cuando debí tomar decisiones importantes, no hubo días más propicios para discernir y decidir.

Aprendí a valorar los sacramentos y a alimentarme de la Palabra, pues allí estuvieron mis primeros encuentros con las Sagradas Escrituras, que hoy frecuento a diario. Además, la comunicación con Dios delante del Santísimo, inclinando el corazón para escuchar, para saber dirigirme a Él y pedir. También descubrí la Liturgia de las Horas y el canto de la salmodia. Todo esto para lograr un “conocimiento interno de Cristo”.

Hoy sería alguien muy distinto, de no ser por aquellos días de silencio, que levaron con el tiempo. Mucho fue mi sentir este año 2020 al no poder participar de mi retiro anual por las contingencias de la epidemia. Pero gracias a Dios, la semilla germinó, y mi fe, cual grano de mostaza, creció en la tierra del recogimiento y oración que constituyeron aquellos retiros. Hasta hoy resuena el eco de las primeras prédicas sobre el principio y fundamento, y meditaciones como las dos banderas o las tres clases de hombres…

Además de las gracias recibidas, tuve la dicha de compartir los ejercicios con amigos, profundizando de ese modo la amistad en Cristo, afirmando el sentido de comunidad y de pertenencia con la Iglesia. Misas, Rosarios y meditaciones compartidas fueron un cimiento importante en mi vida espiritual, y estoy seguro que para mis amigos también. Charlas en las noches y entre tabacos, aunque saliendo del silencio, también dieron su fruto.

Quién sabe donde me encontraría hoy, si sería la misma persona, el mismo laico testigo de Cristo, si me acercara con la misma sed de verdad al conocimiento, si tuviera los mismos modos de hablarle de Dios a mis alumnos, y a toda persona que me es encomendada. Vuelvo a mirar con la reflexión, la lejanía geográfica, pero la cercanía espiritual que me acerca a la vida en torno a aquel seminario, y me siento muy involucrado. Porque la riqueza de la Iglesia, repito, es la comunidad viva que trasciende cualquier contingencia.


Gabriel Luis Vilanova


0 comentarios

Entradas recientes

Ver todo

Comments


bottom of page