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Federico Verdugo y familia



Queridos sacerdotes: Cómo laico nacido en San Rafael Mendoza, me siento obligado en conciencia a emitir un juicio personal pero no por ello subjetivo, de mi experiencia y contacto con el seminario Santa María Madre de Dios. No puedo dejar de pensar en el hecho de que haber nacido en un oasis espiritual en donde uno nunca tuvo que preocuparse por conseguir una confesión o una comunión eucarística entre semana o simplemente conseguir un oído amigo, nunca falto de consejos, que simplemente fuera guia, amigo, o más aún, un Padre, esto es gracias al seminario Santa María Madre de Dios, fundado por hombres santos que fueron contra corriente en una época en que las ideologías marxistas azotaban a la iglesia. Yo particularmente me siento muy agradecido con Dios porque ante todo me dio un padre y una madre, muy sencillos en su fe. Es por esto que mi crecimiento en la Fe y sobre todo en la recta doctrina pudo haber sido muy primitiva y precaria, sin embargo mis padre tuvieron la gracia de ver y reconocer con humildad que Dios debía valerse de otros instrumentos para seguir educando a sus hijos. Esta creo que es la simple razón por la que la gente de esta pequeña ciudad, en estos días turbulentos, a optado por llamar al seminario como “nuestro seminario”. Y la razón no es otra que la antes mencionada. Porque el seminario no es una casa de formación vocacional aislada, sino que forma parte esencial en la educación y evangelización de esta ciudad y particularmente de cada individuo de la misma. Podemos decir entonces que no sólo ha formado a quienes son ahora los que nos administran los sacramentos que necesitamos, sino que también a formado y educado a padre y madres de familia, es la causa primera de que en esta ciudad aún existan familias numerosas y no tan numerosas que son ejemplos de vida y de santidad. En definitiva, ha dado forma a quienes son la cabeza de toda familia, hombres que de otro modo hubiéramos sido arrastrados por los vicios y errores de la corriente mundana y sacrílega que arrasa las diferentes ciudades del mundo. También debo dar fe de que en el seno materno de esta excelsa casa de Dios se han formado madres ejemplares que han dado vida y espiritualidad a cada hogar, y en esto debo decir que si no fuera por el seminario, yo no hubiera sido capaz de encontrar a la mujer que Dios tenía guardada para ser la madre de mis hijos ya que el mundo no nos prepara para hacer esa clase de discernimientos sino más bien nos propone modelos que no vale la pena describir en este momento. Este testimonio personal no es más que la mínima fracción de lo que en la gran mayoría de familias de este pueblo andino sucede. Con lágrimas en los ojos y el alma apuñalada por la noticia que hoy aqueja nuestras familias, acompañamos y nos dolemos con quienes, desde que tengo uso de razón, han manifestado el verdadero amor de padre y hermano. Sin embargo no paro de pensar que quizás este es finalmente el bautismo de sangre (espiritual) que Dios reserva sólo para sus hijos predilectos. Aún así no puedo en conciencia resignarme a dicho desenlace, porque creo que Dios nos pide la lucha siempre y hasta el último aliento, reservándose la Victoria solo para él. Por lo tanto es natural, lógico y justificado que los matrimonios, familias y laicos queramos dar la santa lucha para la que fuimos preparados desde tiempos de León Kruk y Alberto Ezcurra. Hoy el abuso de poder, el abuso de conciencia y terror extorsivo que sufrimos todos, laicos y sacerdotes, se nos presenta bajo investiduras que nos acostumbramos a venerar y atesorar, a obedecer y respetar, y sin embargo de esto mismo es de lo que se nos acusa para dictar tan macabra sentencia. Todo esto es tan incomprensible en esta ciudad que es casi una ficción Hollywoodense que no tiene otro desenlace más que el procurado por el hostigador. Uno podría pensar desde cualquier parte del mundo, que el seminario (con sus días contados) no es más que un nido de perversos retractores de la fe, instigadores de la violencia o idólatras del rencor, sin embargo y para mí asombro, con un nudo en la garganta y lágrimas en los ojos, escucho con emoción que los seminaristas se encuentran de buen ánimo, alegres y siempre sonrientes, trabajando en jardinería o en la bodega propia, como ignorando que el verdugo está al acecho. Como aquel día que le preguntaron a santo Domingo Savio , “que harías si supieras que mañana vas a morir?” Y con aire de santidad su respuesta... “seguiría haciendo lo que estaba haciendo?”. O como el manso cordero que lleno de paz espera el frío filo de la daga impune. Y como si eso fuera poco, las familias de estos santos hijos de Dios, destruidas y atemorizadas como las mujeres del vía crucis, estallando en llanto y suplicando clemencia, sin otro gesto que el simple abrazo a sus hijos condenados a la cruz. El cuadro sería triste, pero no es ese, sino que como Cristo consolando a su madre, en el suelo, escupido y aplastado por la cruz, se yergue firme y con fuerzas de sobra para dar solo palabras de aliento. “Tranquila mamá, no te preocupes que Dios hace nuevas todas las cosas”. Este es el seminario que marcó mi niñez, que forjó ni adolescencia y que ungió mi matrimonio. Este es el seminario al que tanto le teme el demonio. Este es el seminario Santa María Madre de Dios. Por esto y por mucho más de lo que en una simple carta pueda plasmar, simplemente gracias. Gracias padres : Padre Alejandro Ciarrochi, P. Fernando Martínez, P.Pancho, P. Erwin, P. Pato, P. Gustavo Orcellet, P.Luis Facello, P. Ramiro, P. Neri, P. Cristian Jurado, P. Martín Abud, P. Elio Rosales, P. Andres, P. Juan Pablo, P.Hector, P. Victor Polo, P. Dario, P. Casado, P. Checho, P. Maxi, P. Nico Marrelli, P. Nico Ortiz, P. Marcelo López, P. Miguel López, P. Marcos, P. Sebastian, P. Guido, P. Leo, y todos los sacerdotes que están y estuvieron en la diócesis. Federico Verdugo y familia.


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