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Algunas veces, hablando con mi hermana menor, nos preguntamos qué hubiese sido de nosotros de no haber conocido a Dios por medios de estos santos sacerdotes… tantas gracias recibidas… Mi nombre es Fanny, aunque nacida en San Rafael, he vivido gran parte de mi vida en Malargüe. Nací y crecí en una familia que, si bien, no practicaba la fe católica, guardaba en su corazón algo de devoción a La Virgen y un cierto respeto por lo sagrado. Aunque habiendo hecho el catecismo, mi niñez y parte de mi adolescencia transcurrió sin profesar la fe, sin conocer a Dios. Creo, que de no haber sido por la pérdida de un ser querido a los 16 años, nunca lo hubiese buscado, o mejor dicho, tal vez nunca le hubiese abierto las puertas para recibir su consuelo. Ese golpe duro, a esa edad, me hizo sentir, que tenía la vida truncada, ya no tenía sentido seguir viviendo. A los meses de ese dolor incomprensible, por la ayuda de unas amigas, caí nuevamente a la Capilla del Carmen a hablar con un sacerdote. Allí fui invitada a un retiro de conversión, y fue donde entré en contacto con el padre Alejandro Casado. Ese retiro, cambió mi vida para siempre… El tiempo pasó, y si bien, sentía el consuelo de Dios y la esperanza del reencuentro en cielo, ciertas vivencias dolorosas y permitidas por Dios, ya habían dejado su huella en mí. Seguía sin comprender. Sin embargo, después de ese retiro ya había dejado de preguntar por qué a mí. Pero ya estaba sumida en una profunda depresión y empezaba una larga y oculta enfermedad, poco conocida y poco comprendida. Hasta que en un momento, después de salidas, de misiones y campamentos, el padre Alejandro Casado logra descubrir lo que estaba viviendo, tenía bulimia. Y fue él junto a otros varios sacerdotes quienes ayudaron a mi familia a encontrar y enfrentar un largo y doloroso tratamiento. Fueron muchos meses de hospital, y el padre Casado jamás me abandonó. Fue su dedicación, constancia y caridad lo que llevó a mi familia a conocer la Iglesia y a sus sacerdotes. El padre Osvaldo Cerroni, con su generosidad y paciencia, comenzó a ganarse de a poco el corazón de mis padres, ellos recibieron el catecismo, los sacramentos incluso el santo matrimonio de sus manos … No sé qué hubiese sido de mí y de mi familia, de no haberlos tenido en ese momento, junto a varias familias de la parroquia que se acercaron a ayudarnos. Todo esto contribuyó a la conversión de mis papás. Varios sacerdotes estuvieron allí para auxiliarnos, entre ellos, el padre Víctor Polo, quien nos ayudó a formarnos a través de charlas, campamentos y viajes y congresos. Y nos incentivó de manera especial a estudiar. ¿Estudiar? Algo muy difícil y casi imposible para mí. Mis padres no podrían costear una carrera fuera de Malargüe. Sin embargo, Dios, conociendo nuestras necesidades, puso más sacerdotes en nuestras vidas, para ayudarnos a concretarlo. Así conozco al padre Alejandro Giner. Cuánto le debo a este sacerdote. No solamente se preocupó de mis necesidades espirituales, escuchándome en todo momento y aconsejándome, atendiendo a mis confesiones; sino también, ocupándose en gran medida de mis necesidades materiales, buscando padrinos que me ayudaran a sostener la carrera que él mismo me había aconsejado estudiar. Los primeros años de carrera estuvo siempre con nosotros, nos visitaba y ocupaba mucho de su tiempo para confesarnos, escucharnos, aconsejarnos… cuánto le debemos. Salidas, campamentos, viajes, congresos, etc. Allí también fueron de gran puntal, el padre Andrés Widow, el padre Rubén, que sin ellos hubiese sido muy difícil concluir los estudios y el tratamiento. Con el tiempo entré en contacto con el padre Juan Pablo Sancho, quien nos ayudaba en la Federación Santo Tomás Moro y en la Pastoral Universitaria. Él, con su ejemplo y sus palabras, siempre trató de elevar nuestra alma a Dios. En lo personal, me ha ayudado mucho ver la Providencia Divina en cada detalle, incluso en estos momentos tan dolorosos que atravesamos en la Diócesis, para no perder la gracia y la serenidad del alma… En mi vuelta a Malargüe, conocí al padre Gabriel Descotte, y su gran actividad en la Parroquia: grupo de jóvenes, oratorio con los niños, coro parroquial, grupo universitario, grupo de matrimonios Sagrada Familia, salidas y fogones en el campo… sin descuidar su trabajo en el Colegio, siempre tuvo lugar para todo, un alma muy entregada y generosa. Y qué decir del padre Ramiro Sáenz, no alcanzan mis palabras de admiración y agradecimiento. Cada homilía, cada retiro, cada clase, cada acto del colegio, cada charla, etc. Siempre, siempre inculcó el amor a la Verdad, a la Iglesia, a la Patria. Si tuviéramos que medir su sacerdocio por las obras ejecutadas, veremos que todo lo que él ha realizado en Malargüe es invaluable. Su presencia en el Colegio ha sido vital, y en cada salida o viaje con los alumnos, hemos podido conocer su sencillez, generosidad y sabiduría. Incluso alumnos que no profesan la fe católica, han podido ver en él su grandeza de alma, que lo ha llevado a ganarse el cariño de sus estudiantes… En un viaje a Cuba tuvimos la oportunidad de ver el apostolado gigante que hacen los sacerdotes de nuestro Seminario en la Isla. La pobreza, la entrega, el despojo, las necesidades… todo, todo, lo soportan por poder llevar a Cristo a cada cubano. Se han ganado el corazón de la gente… grandes distancias recorren para llevar los Sacramentos y el Catecismo… ¿Qué va a pasar cuando esta misión termine? Cuando no haya más sacerdotes para enviar a este apostolado que es tan necesario, ¿Qué va a pasar? Allí vimos al padre Osvaldo, al padre Eduardo, y donde estuvimos misionando (Meneses y Yaguajay) al padre Jorge Herrera, quien nos recibió y se preocupó por nuestras necesidades. La verdad, que al ver esa obra tan escondida y que pasa desapercibida para gran parte nuestra Diócesis, nos aflige el alma el pensar que pueda quedar sin continuar. La lista de sacerdotes y obras realizadas podría seguir… tantos padres que han paso por Malargüe y por nuestras vidas dejando buenos ejemplos de virtud y amor a Dios. Padre Ramón, padre Eduardo, padre Camilo, Padre Luis, padre Ignacio, padre Darío, padre Silvio, padre Marcelo, padre Hernán… ¿Cómo no estar agradecida? y ¿Cómo no estar dolida? Si a medida que pasa el tiempo vamos viendo la obra de Dios por medio de sus sacerdotes… Y cada anécdota que quedará guardada la eternidad… por eso, sigo sin entender cuál es la gravedad del asunto, qué es aquello tan malo y dañino que han hecho a la Iglesia, que amerite el cierre de un Seminario. Pues hemos visto a los seminaristas en apostolados los sábados en los grupos y catequesis, misiones, campamentos… ¿Es tan malo lo que han realizado para que se los expulse sin más? Y sigo preguntándome, tal vez, ha habido casos de abusos, de homosexualidad, de mal comportamiento… pero no, el seminario Santa María Madre de Dios, siempre se ha destacado por seminaristas sobrios, alegres, obedientes, de gran amor y fidelidad a la Iglesia y a la Eucaristía. Entonces, sigo preguntándome ¿Por qué se cierra el Seminario? Y la verdad, no hay respuesta que pueda fundamentar su cierre, la sanción de los sacerdotes y el silencio ensordecedor de la Santa Sede. Solo queda pensar que, como en el resto del mundo el mal se apoderó también de quienes tienen en sus manos las decisiones de nuestra Iglesia… Hoy somos protagonistas del avance de la Masonería y el Comunismo que no dejan rincón sin atacar; y nuestra Diócesis, siempre fiel al Magisterio, no podía quedar fuera de estos ataques… se les dio la libertad para obrar, por ello, estas ideologías también tienen poder aquí. Triste realidad, pero posible. ¿Qué nos queda? Poner nuestra esperanza en Aquel que ya triunfó. Seguir rezando, por cada seminarista, por cada sacerdote, por nuestra Jerarquía, para que tengan la fuerza y el valor de ser fieles a Cristo y a la Iglesia que Él fundó, aún en las circunstancias más adversas. Nos encomendamos todos a la amorosa protección de Santa María Madre de Dios. E implorando una y otra vez “Señor, no abandones la obra de tus manos”. Fanny Vazquez
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