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Exequiel Dominguez


Estimados hermanos: A mi pesar, jamás conocí el seminario, no he tenido la dicha de conocerlo. Pero tengo amigos provenientes de San Rafael, General Alvear y Malargüe que me han contado los frutos maravillosos que ha dado, la gran formación y las gracias que se han repartido. Sin haber estado físicamente presente, he aprendido muchas cosas gracias a las anécdotas oídas. Aprendí a profundizar más sobre el amor, sobre la familia que alguna vez tuve, sobre mil cosas más. He podido sentirme cercano a tantas personas sin conocerlas. Pude sanar algunos dolores del corazón con sólo escuchar y vivir de cada palabra oída. Abandonos, tristezas, soledad, desamores, malas experiencias. Quizá por los testimonios me hicieron conocerlo en el corazón, aprender a educarme en el afecto, entender lo que es amar a Dios desde el silencio ya que estuve muy acostumbrado al ruido.

Por estos relatos escuchados con atención aprendí a perdonar, a caminar sin miedo, a no sentirme huérfano de Dios siendo huérfano de madre fallecida y de padre desaparecido, con hermanos biológicos que nunca conocí, criado de abuela (también fallecida) que me quiso como hijo y sin darse cuenta me hizo amar mucho a la Virgen.

Muchas veces quise ir a conocer pero no me fue posible por lo económico. Al enterarme del cierre, mi alma se desgarró con la comunidad y me uní a sus oraciones con lágrimas de pesar. Pero no pierdo la esperanza de su reapertura y de algún día conocerlo como siempre lo he querido. No sé quiénes son los curas ni los seminaristas.

Soy un simple desconocido allá, un muchacho del pueblo de San Martín que escuchó historias que dieron gozo a mi alma y sanaron mi interior. Doy las gracias a Dios porque esto dejó huellas en mí sin haberlo pisado jamás. Doy las gracias por entender la fe de un modo más auténtico y distinto del que me enseñaron. Me uno a sus tristezas que es imposible de evitar. Puedo decir sin duda que esto hizo más bien por mí que los ambientes que sí conocí y me di cuenta que no me daban la paz necesaria. Que Dios los bendiga y espero que recen siempre por mí.

Con mi afecto. Exequiel Dominguez.

Desde San Martín, Mendoza.

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