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Carina Basán


Mi nombre es Carina Basán y la verdad es que mi experiencia con el seminario es más bien indirecta... Desde hace varios días veo y leo testimonios de personas que crecieron bajo el amparo del Seminario o se formaron allí... Yo en realidad fui muy pocas veces al Seminario, pero desde hace casi trece años me veo bendecida por el contacto con distintos sacerdotes, diáconos y seminaristas que se formaron en el mismo.

Para que se entienda un poco mi historia tengo que contar que nací en una familia católica, tuve la gracia de recibir el bautismo siendo una bebé y fui enviada a la Parroquia San José de San Rafael a instruirme en el catecismo durante mi infancia; así fue como recibí mis primeras confesiones y comuniones; luego, mal aconsejada por amistades mundanas, me rehusé a continuar mi formación para recibir la Confirmación pero Dios sabe marcar los caminos de cada alma y me regaló la bendición de poder prepararme junto a mis padres para recibir dicho Sacramento el mismo día, que casualmente era el día en que la hubiese recibido junto a mis compañeros de catequesis... Después de eso continué un tiempo yendo a misa, pero con los embates de la adolescencia fui encaminando mis pasos hacia otro tipo de vida y durante más de diez años no fui a misa ni recibí los sacramentos...

A medida que pasaba el tiempo, me vi alejada del catolicismo, en una vida vacía y triste que desencadenó en una depresión... Pero, vuelvo a la misma idea, Dios sabe marcar los caminos de cada alma, y lo que yo creía mi perdición fue lo que me condujo al camino de mi salvación... Casualmente por ese tiempo mi hermano menor recibió su Primera Comunión y me vi obligada a concurrir a misa después de tanto tiempo; en ese momento se desencadenó en mi interior una lucha entre continuar mi camino y cambiar de vida... Por gracia de Dios, durante la homilía de esa ceremonia, sentí una emoción muy fuerte y clara de que quería volver a recibir al Santísimo Sacramento, y lo único que recordaba de mis años de catequesis era que, para poder hacerlo, debía confesarme... Así lo hice y el padre Juan Pablo, que fue quien se encontraba confesando, me recordó la importancia de vivir en gracia...

Para resumir un poco, así comenzó mi camino de conversión y de salvación... Y si hay algo que durante estos años me ha permitido continuar en ese camino y buscar mi crecimiento espiritual fueron los excelentes consejos, el acompañamiento, la contención, la formación (intelectual, espiritual y eutrapélica) que pude recibir de cada seminarista, diácono y sacerdote con el que tuve la dicha de entablar conversaciones durante este tiempo… Ellos me instaron a concurrir a la Legión de María, donde encontré mucho más que un grupo de personas al servicio de los demás, encontré amigos entrañables que se convirtieron en mis hermanos, encontré el verdadero amor al prójimo, aprendí a Amar más y mejor a Nuestro Señor Jesucristo, a la Santísima Virgen, al Santísimo Sacramento...

En fin, gracias a los sacerdotes que se han formado y ordenado allí, yo puedo decir que la Legión me salvó la vida y curó mi depresión; pero si he de hablar en justicia, quienes me salvaron la vida, son todos los sacerdotes que llegaron incluso a volverse mis grandes amigos, mis grandes consejeros, mis enviados por el Espíritu Santo para transformar mi vida y buscar la verdadera Salvación, la Salvación de mi alma y la de los demás; que me enseñaron a servir al prójimo, a buscar la santidad y lo hicieron más con el ejemplo que con las palabras.


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