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Contar mi testimonio sobre lo vivido en relación al seminario es tener que poner en palabras algo que ha ido haciendo mella en mi desde hace mucho tiempo y de modo casi imperceptible. Porque en realidad nosotros no nos damos cuenta cuando crecemos o cuando nos vamos haciendo amigos de alguien. Simplemente pasa. Y recién nos damos cuenta cuando miramos para atrás todo el camino que hemos recorrido. Así es para mí contar lo que ha sido San Rafael.
Pero concretamente ¿qué me ha unido al seminario y a San Rafael? Resumidamente se puede decir que un tío cura, un primo y un hermano seminaristas y muchísimos congresos, retiros espirituales, amistades y mi director espiritual los últimos 10 años. Además, en este tiempo he conocido muchos sacerdotes del sur. Solo para nombrar y agradecer a los que más me han marcado no puedo dejar de mencionar al Padre Gustavo, Padre Ramón, Padre Hernán, Padre Eduardo, y tantos otros.
Y a pesar de que sea difícil expresar un sentimiento voy a intentar decir las impresiones que me han dejado en mi alma. Todos los sacerdotes y seminaristas son distintos, pero hay cosas que tienen en común (al menos los que he conocido) que pienso que puede ser la impronta que les ha dejado a todos el seminario, o más bien, la cercanía a Cristo por medio del seminario. En primer lugar, la alegría natural que emana de ellos y que es inevitablemente contagiosa cuando uno habla con ellos. Esta es una alegría muy particular, porque el efecto que produce en el alma es la paz. Muchas veces en las que he tenido una gran tristeza, solo con llamar a uno de estos sacerdotes, ellos han sabido siempre escucharme, animarme, y transformar mi alma turbada en una con paz y tranquilidad. Con solo escuchar su voz paternal e interesada por mis problemas, me daba esa profunda sensación de no estar sola, sino que Cristo estaba allí cargando la cruz conmigo. Porque lo que lograban al final era eso: acercarme más a Cristo y confiar totalmente en la Providencia.
Esto está relacionado también con lo segundo que quería resaltar que es la preocupación por la salvación de las almas. Y no solo por todas en general, sino por cada una en particular. El hecho de que llamen a cada persona por su nombre, la conozcan, se interesen por su historia y que pregunten cada tanto cómo va tal o cual asunto. Y así estén cansados después de todo un día corriendo siempre están dispuestos a confesar o simplemente a escuchar.
Y lo último que quería resaltar, solo para no extenderme tanto, es el amor a Cristo y a María. ¿Cómo se nota esto? En todo lo que hacen. En la piedad y el amor con el que miran a la Eucaristía durante la celebración de la Misa; en los comentarios del día a día, como “la Virgen me hizo un enorme regalo durante el viaje” e incluso con las cruces “después de todos los regalos de la Providencia hace bien sufrir un poco”, en los que se ve que no son para ellos frases bonitas, sino que expresan una profunda verdad; en las, parece, inagotables ideas para hacer llegar el amor a Cristo y María a todos. Pocas diócesis he visto que tengan misiones de laicos a Cuba (además de sacerdotes que asisten ahí durante todo el año), congresos que reúnen a excelentes charlistas de distintas partes del país y a muchos jóvenes de todos lados, actividades anuales lúdicas para monaguillos, disputatios (competencias sobre ciertos temas teológicos, filosóficos o históricos), retiros espirituales simultáneos en tres ciudades al menos tres veces al año, el coro Magnificat con un muy buen nivel musical, centros de rehabilitación para drogadictos, misiones en distintos puntos del país, catequesis especial para chicos con discapacidad, cabalgatas anuales de varios días peregrinando hacia una Virgencita que está en un cerro y asistir a tanta gente que vive en los puestos y muchas cosas más. ¡Nadie los obliga a hacer todo esto y sin embargo parece que no se cansan!
Porque lo que los mueve no es el reconocimiento humano sino el amor profundo a Cristo y el deseo de santidad. Por esto es que yo, como laica, agradezco cada día a Dios por haberme puesto en el camino a estos sacerdotes sin los cuales me sentiría perdida en el camino y no sé dónde habría ido a parar. Agradezco y también sufro yo (y todos) ante la triste medida del cierre del seminario que era el hogar de mi hermano y de mi primo. No nos cansaremos de pedirle a Dios y ofrecer sacrificios para que se revierta esta decisión.
Ave María Purísima sin pecado concebida
Ana Josefina Brusadin
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