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General Alvear, Mendoza. 5 de octubre 2020
Todo lo que podamos decir de las gracias derramadas por el seminario Santa María Madre de Dios, probablemente sintamos que es poco. Yo, particularmente, debo decir que siento que no alcanzan mis palabras. Es sentimiento compartido de los laicos de la diócesis de San Rafael no querer quedarnos callados. Me anima leer y escuchar cada uno de los relatos, simplemente por el hecho de sentir ese corazón inflamado por la Gracias de Dios recibida a través de nuestros sacerdotes, formados en nuestro seminario. Hace relativamente pocos años que volví a Alvear, y casi a la par, abrí mi corazón (por fin) a Dios. Comencé a transitar el camino de vuelta a la fe en otra ciudad, de otra diócesis...Sin embargo, el punto alto de ese regreso al Padre, se dio por el importante acompañamiento de los curas que conocí aquí. (Seguro por los intensos ruegos de mi madre, también). Fui recibida por hermosas comunidades, por grandes varones de Dios, que muy generosamente quisieron acompañarme, formarme, ser mis directores, mis mentores… La pasión por la Verdad en sus sermones, la alegría con la emprenden cada tarea, la sencillez con la que contestan las preguntas más zonzas, o los planteos más profundos, me maravillan. Realmente, cuando se alcanza a comprender la gran obra de Dios a través del sacerdote, el alma se colma. Cada cosa que aprendí, que conocí, de estos humildes maestros, aumentó mi fe, mi vida de gracia. Quiero resaltar las confesiones: ese momento en el que, indigna yo, fui a pedir perdón, y encontré siempre (dato no menor, teniendo en cuenta tanto otros lugares del mundo donde las vocaciones no abundan) a un sacerdote que con amor de padre, con sencillez pero con fundamento, supo encarrilar eso que está desordenado o torcido. A veces con un reto! Todas las veces con enseñanzas que recuerdo día a día. Grandes confesores: Padre Jorge Herrera, Padre David Olivares, Padre Fabián Pesso, Padre Gregorio Ansaldi, mi querido padrino José Pepe Andujar… ¡Cuánto se añoran nuestros padres cuando no están! En cada momento de nuestras vidas, desde los más insignificantes hasta los más importantes, algunos muy duros, otros alegres...en todos los momentos, ellos están con nosotros. Sin pedir más: lloran con nosotros, ríen y juegan con nuestros niños y jóvenes, acompañan a nuestros ancianos… También hago un alto para destacar la labor que realizan con los enfermos. Vivimos con mi familia momentos duros por la enfermedad de mí madre, más aún en tiempos de aislamiento. Sin embargo, un buen varón de Cristo, Padre Gregorio Ansaldi, un reciente sacerdote ordenado en SMMD, acompañó cada momento: internaciones, diagnósticos, tratamientos. Siempre llevando esperanza a casa. ¿Acaso no es ese el mandato de Cristo? Se vuelven parte de nuestras familias, son amigos, son compañeros, son líderes, ¡son papás! Son nuestros padres en la fe. Lo valioso de cada testimonio no son solamente las historias en el corazón de cada persona, de cada familia… Sino también el registro de todo el Bien recibido, de tantísimos años del seminario diocesano, de todos los sacerdotes que se ordenaron allí…Clamamos a la Divina Misericordia para que esa obra de Bien continúe.
En Cristo y María. Ana Gabriela Kotani
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